El tesoro era uno pero estaba repartido. En todos estaba escondido pero no todos los ojos lo veían. Había muchos que por más que miraran no veían. Será misterioso el amor que se ve con el corazón y se escucha con los ojos.
Muchas veces los seres humanos se empeñaban en buscarlo lejos y corrían desesperadamente por encontrarlo. El tema era que para ver el tesoro fuera primero había que encontrarlo dentro. Trabajosa búsqueda la de empezar a cavar la propia tierra. Uno se encuentro que es difícil profundizar pues hay dentro piedras y raíces. Algunos rápidamente abandonan el trabajo, prefieren correr que cavar. Otros, los más tenaces, perseveran y llega un día en el que por fin palpan la tierra húmeda y qué alegría sienten. El corazón late, los ojos miran, las manos tocan, y ellos de todo son conscientes. Hay tierra buena. Qué sorpresa descubrir que la propia vida es posibilidad de más. Tienen las manos sucias y gastadas, nadie dijo que fuera fácil pero huir tampoco lo es y ahí no se gastan las manos sino que se endurece el corazón. En cuestión de costos, eso es mucho más caro y mucho más triste.
Resulta que ahí en el fondo de la tierra fértil habita una semilla de Vida nueva y una vez desmalezado el corazón empieza a crecer maravillosamente. Es deslumbrante ver los brotes, es una alegría contemplarla crecer. Bien de a poco, comienza a dar frutos. Crece hasta ser alimento y sombra para otros, crece hasta vivir según el fin para el que ha nacido, es decir, ser luz en otras vidas, ser consuelo en las heridas y ser presencia que alivie soledades. Al parecer el tesoro es semilla escondida y es también árbol que da Vida.
Me contó un pajarito que canta buenas nuevas que cuando dos o más se juntan a buscar y se acompañan a caminar, muchos árboles crecen cada uno a su tiempo pero a la par y un día, el menos pensado, se descubren que son bosque, que son hermanos y festejan cada día que son amados. Juntos se deshojan y juntos florecen. Dios va sanando, la Vida va brotando.