Como se reunía una gran multitud y acudía a Jesús gente de todas las ciudades, él les dijo, valiéndose de una parábola: “El sembrador salió a sembrar su semilla. Al sembrar, una parte de la semilla cayó al borde del camino, donde fue pisoteada y se la comieron los pájaros del cielo. Otra parte cayó sobre las piedras y, al brotar, se secó por falta de humedad. Otra cayó entre las espinas, y estas, brotando al mismo tiempo, la ahogaron. Otra parte cayó en tierra fértil, brotó y produjo fruto al ciento por uno”. Y una vez que dijo esto, exclamó: “¡El que tenga oídos para oír, que oiga!”. Sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola, y Jesús les dijo: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás, en cambio, se les habla en parábolas, para que miren sin ver y oigan sin comprender. La parábola quiere decir esto: La semilla es la Palabra de Dios. Los que están al borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el demonio y arrebata la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los que están sobre las piedras son los que reciben la Palabra con alegría, apenas la oyen; pero no tienen raíces: creen por un tiempo, y en el momento de la tentación se vuelven atrás. Lo que cayó entre espinas son los que escuchan, pero con las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, se van dejando ahogar poco a poco, y no llegan a madurar. Lo que cayó en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto gracias a su constancia.
La del sembrador es una parábola conocida. La explicación de la misma la da el mismo Jesús. Por eso, quisiera compartir las implicancias de que la semilla caiga en tierra fértil o no. Lo podemos interpretar de la siguiente manera: hay dos maneras de vivir, con Jesús o sin Él. Así de claro. Y esto es lo que se ve reflejado en el evangelio de hoy.
Jesús habla por parábolas pero lo que hace que muchos no oigan, no vean, no entiendan, no son las parábolas de Jesús sino en definitiva la cerrazón del corazón. Tienen el corazón cerrado. Y por más que Jesús les hable, les explique, les tenga paciencia y los invite a la conversión del corazón, ellos van a seguir en la suya.
Es que es difícil esto de apostar toda la vida por seguir a Jesús y vivir en consecuencia con los valores del Reino…
Por eso creo que hay dos maneras de vivir y que son irreconciliables: o vivimos con Jesús y hacemos una opción fundamental por él y por los valores del Reino, nos comprometemos en la lucha por un mundo más justo, más fraterno y más solidario, nos tomamos tiempos para reencontrarnos con nosotros y con Jesús o… todo lo contrario: vivimos encerrados en nosotros mismos mirándonos el ombligo y pensando que somos el centro del mundo y que lo que nos pasa a nosotros es lo más importante y siempre estamos pensando en nosotros y en los “me”: lo que “me” gusta, “me” cabe, “me” define, “me” hace bien, “me” satisface, “me” da placer, “me” da seguridad…
Por más terrible que parezca hay muchos que viven en ésta. Y nosotros tampoco nos escapamos; hay una parte del corazón que tira para este lado: a cortarnos solo, hacer la nuestra, vivir para nosotros y mirar para el costado cuando pasamos frente a otro que tiene necesidad. Cuando nos hacemos los “giles” y miramos para otro lado. O solamente pensamos en el propio yo. Cuando nos nace del fondo del corazón esa tentación a erigirnos en maestros de la verdad, o tan sólo buscamos un futuro que sea ganar buena plata para “salvarnos la vida” y poder vivir bien a costa de los demás.
Esto lo tenemos que atajar rápido. Porque a medida que pasa el tiempo el corazón se enquista en el propio yo y se va endureciendo. Se endurece y se endurece cada vez más. A tal punto que pasa lo de Jesús: miran y no ven, escuchan y no oyen, se endurece su corazón y no pueden ya entender. Es lo que les pasa a muchos: el Evangelio, Jesús y la Iglesia han sido lindos momentos de la adolescencia y juventud. Pero la vida les pasó por encima. Ya no saben quiénes son. No saben para qué viven. Y de a poco no sólo el corazón se endurece, sino que la vida se seca. Vivir así y empezar a vivir el infierno del absoluto sinsentido es cuestión de tiempo.
Es lo que suelo decirles a los jóvenes cuando volvemos de la misión a Santiago del Estero: “no sé qué van a ser cuando sean grandes. Pero lo que sí sé es que yo los vi felices jugando en escuelas rurales con niños pobres y tomando mate bien dulce en sus casas y en sus ranchos, encontrándose con ellos y compartiendo la vida y la fe. Lo que yo les pido es que entonces no se mientan: cuando sean empresarios de plata, tengan un puesto importante en alguna empresa, hagan plata, tengan su familia y sus hijos, acuérdense, sólo por un instante de lo que pasó en este tiempo de misión. Ustedes pueden mentirle al mundo. Pero no me mientan a mí ni a ustedes: porque por más vida que pase yo lo vi felices jugando con nenes en medio del monte y sirviendo por amor a los más pobres…”
Hay dos maneras de vivir. Que el Señor nos dé la gracia de vivir siempre con sentido, entregando la vida por amor a aquellos que nos revelan también el rostro de Jesús: los pobres.
Abrazo grande en el Corazón siempre Joven de Jesús. Que tengas un lindo domingo. Y será si Dios quiere hasta el próximo evangelio