Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: “Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación. El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón. El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.
El hecho de pedir signos puede ser también entendido como el hecho de pedir garantías, certezas y seguridades. Creo que eso está todo resumido en el evangelio de hoy.
La queja de Jesús y la proclama del signo de Jonás tiene que ver justamente con la búsqueda de todo esto. La muchedumbre busca a Jesús por lo que puede hacer y cada uno pensando en sí mismo. Por eso piden un signo. No buscan un signo para acrecentar su fe, sino que buscan un signo para beneficio personal. Es como si la persona de Jesús no les importara, sino que se conforman con algún signo o “milagrito” que Jesús les pueda hacer o pueda obrar.
El gran problema de todo esto es que el signo se vuelve fin en sí mismo y no mueve a la fe. A la muchedumbre en última instancia no le interesa mucho creer en Jesús: le interesa el provecho que puedan sacar con sus obras o milagros. Y justamente la dinámica del signo, prodigio y milagro obrado por Jesús en todos los evangelios tienen como fin la fe. Es decir, Jesús no hace signos, prodigios y milagros para dejar contenta a la gente sino para que creen en Él y así obtener la salvación. Esto si se quiere es lo decisivo de la acción salvífica: no el milagro en sí, sino como medio que mueva y haga posible la fe.
Es muy común y también a nosotros, todos los cristianos, nos puede pasar. Olvidarnos de la fe en Jesús, u olvidarnos directamente de Jesús y pensar en los beneficios que podemos obtener de Él. A tal punto que pedimos y pedimos y pedimos… Dios es una especie de mostrador de intercambio. Da para recibir. O es la góndola de un supermercado de barrio: uno va a servirse, paga, saluda y se va. Nos puede pasar que hayamos también nosotros funcionalizado así a Jesús y su acción salvífica. No nos importa en sí mismo la persona de Jesús sino el beneficio que podamos adquirir por medio de Él. No importa si oramos o no, si rezamos o no, si dedicamos tiempo al encuentro con su persona. Importa los favores y las “gracias” que nos pueda hacer. Es como la imagen tiernísima del cálido abuelito que regala caramelos a los pibes, pero los pibes van por los caramelos y no por amor al abuelo.
No pidamos más signos que el de Jonás, aquel profeta que aún contra su voluntad se embarcó a Nínive y predicó la conversión a los paganos que no eran del Pueblo de Israel. A tal punto que todos se convirtieron. Hagamos lo mismo. Que toda la vida de Jesús sea signo para que nosotros podamos convertirnos y creer. Y dejar de querer manipular a Dios para que haga lo que nosotros creemos que Él nos tiene que hacer. Creamos en Jesús, no por milagrero, sino por ser aquel que puede, si lo dejamos, llenar de sentido nuestra vida.