En mi biografía “nacer” y “morir” han de estar conjugados muchas veces y en todos los tiempos.
Nací por primera vez a la vida cuando Dios me soñó y me engendró dentro de un vientre joven que en su fragilidad supo acogerme, dejarme crecer, amarme.
Nací por segunda vez cuando mis padres dijeron sí a mi vida y amándome sembraron en mí semillas de ternura, paz y libertad.
Morí al egoísmo dejándome enseñar por el ejemplo de mi padre qué es la generosidad.
Morí a la rebeldía que se niega a acoger lo que es mirando el paso manso de mi madre y su corazón entregado y sereno.
Morí a la cobardía cuando dejé que Dios impulsara mis pasos.
Voy muriendo a la exigencia y naciendo cada vez más a la gratitud.
Voy muriendo a la soberbia y al confrontar mis modos, mis pensamientos y mi sentir con los del Sagrado Corazón, voy naciendo a la humildad.
Voy muriendo a la dispersión y naciendo a la presencia, a la plena conciencia.
Voy muriendo al miedo y naciendo a la confianza.
Voy muriendo al ego y naciendo al ser.
Voy muriendo y volviendo a nacer en cada arista de mi existencia. Mi vida va siendo Pascua, una y otra vez. Va venciendo la Vida, se va haciendo la Resurrección, se me va transformando el corazón.
Muero y vivo, ese es el Misterio del Amor.