Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron.
De pronto se desató en el mar una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía.
Acercándose a él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole: “¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!”.
El les respondió: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?”. Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma.
Los hombres se decían entonces, llenos de admiración: “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?”.
Palabra de Dios
P. Raúl Gómez sacerdote de la Arquidiócesis de Mendoza
El Evangelio nos relata este momento en donde Jesús sube a la barca con sus discípulos, en medio de una gran tormenta; y sobre todo las olas y el viento asustaron a los discípulos y entonces allí permanecía Jesús junto a ellos, durmiendo. El miedo los llevó a despertar a Jesús para que pudiera venir esa gran calma que sólo el Señor pudo darles al increpar el viento y el mar.
También nosotros en este día estamos llamados a descubrir las veces que las tormentas, las dificultades, las pruebas nos quieren alejar del amor del Señor. Muchas veces esos desafíos se convierten en el centro de nuestra vida y de nuestra historia y olvidamos que Jesús está ahi con nosotros. Basta invocarlo, así como los discípulos lo despertaron, basta llamarlo para que Él se haga presente y para que el poder de su voz pueda traer la calma, la serenidad a todos aquellos que con fe nos acercamos constantemente buscando del Señor esa paz que solo Él nos puede regalar.
Los discípulos, cuando despiertan a Jesús le dicen: “¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!”. De este versículo estas palabras podemos invocar y pedirle al Señor. Cuántas veces hemos estado en momentos dificiles: “Sálvame, Señor, porque me hundo. Sólo tu tienes Palabras de Vida eterna”.
Que esta Palabra el Señor sea también un motivo de esperanza, de consuelo, de alegría, pero sobre todo de esa gran paz que el Señor quiere ofrecernos cotidianamente. Basta invocarlo para que Él se haga presente.