Jesús dijo a sus discípulos: «Si el mundo los odia, sepan que antes me ha odiado a mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia. Acuérdense de lo que les dije: el servidor no es más grande que su señor. Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes; si fueron fieles a mi palabra, también serán fieles a la de ustedes. Pero los tratarán así a causa de mi Nombre, porque no conocen al que me envió.»
Jesús es contundente a la hora de empezar a despedirse de sus amigos. Les habla ya abiertamente de lo que es la mentalidad mundana, ese modo de vivir, de pensar y de obrar contrario al Evangelio y a la Vida.
Vivir el Evangelio con la lógica del Reino choca de frente contra la mentalidad mundana de la Cultura del Consumo y del Descarte. Por tanto, quienes viven los valores de Jesús, chocan de frente con quienes viven de acuerdo a la lógica de este sistema deshumanizante.
De esta manera, Jesús exige conversión y fe. Porque la mentalidad mundana no entra. La cultura del descarte tampoco. El individualismo, el egoísmo autorreferencial, la búsqueda del propio bien incluso a costa del bien del otro, en el Reino no tienen lugar. Una vida que busca permanentemente salvarse en soledad y en el colmo del individualismo, procurando el bien para sí sin mirar a los demás, sin tender una mano, sin ayudar, sin escuchar, sin abrazar a las víctimas, no tiene cabida en el Reino de Dios.
El Reino es para los que creen, viven y aman de otra manera. Por eso es necesaria la conversión. Para alejar del corazón toda tentación de búsqueda del propio bien y “cortarse solo” para pensar la vida en sentido comunitario, colectivo, plural. Dejar de pensar en el “yo” para pasar al “nosotros”. Para sabernos y sentirnos hermanos. Para proclamar con voz firme y fuerte, con actos contundentes que “nos salvamos todos juntos o no se salva nadie”.
La prédica de Jesús va mucho más allá. La práctica de estas palabras de Jesús exige de nuestra parte un compromiso activo por querer vivir de veras estos valores. No es solo sufrir los embates de la Cultura de la Muerte y su mala justicia, sino adoptar una postura de vida, existencial y creyente que se oponga firmemente a esta lógica. Entonces se nos vuelve casi imperativo poder vivir el amor. Lo esperable de todo aquello que está teñido por el odio es odiar: a los enemigos, a los que nos odian, hacerles sentir lo mismo que nos hicieron sentir, desearles la muerte, hacerlos desaparecer de nuestra existencia, descartarlos…
La propuesta de Jesús es radicalmente contraria y no es una mera resistencia pacífica, sino una toma de postura activa por ir en dirección totalmente contraria: el amor.