Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, la fiesta de Dios que es comunidad. Así es, la fe en Jesucristo nos ha hecho reconocer que Dios es Padre Creador, Hijo Redentor y Espíritu Santo vivificador; que Dios es uno porque Dios es amor.
Todos nosotros tenemos la experiencia de que es el amor lo que une. De hecho la vida nos ha enseñado que solo el amor une verdaderamente: ni por tener una misma sangre, ni pertenecer a una misma nación, ni por compartir una ideología o religión, estaremos unidos si falta el amor; si no hay amor nada une, por más fuerte que sea. Pero si hay amor, aún en las diferencias, hay verdadera unidad.
El Evangelio de hoy insiste en el tema del amor de Dios llevándolo al extremo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna. Este Dios que es amor nos ama infinitamente y la entrega de Jesucristo por todos nosotros es el mayor testimonio de esto.
En esa unidad que contemplamos en la Trinidad y que se ha manifestado plenamente en Jesucristo, Dios nos involucra en el amor llamándonos a unirnos a Él, amándonos los unos a los otros. Hemos sido convocados a trabajar por construir la unidad en esta comunidad humana, en medio de tantos dolores y conflictos. Así como Jesús fue enviado para salvar y no para condenar, también nosotros si abrazamos esa salvación con la fe, estamos llamados a asociarnos a Cristo en esta obra redentora, trabajando con valentía y perseverancia en la construcción de un mundo más justo y más humano. El amor y la misericordia de Dios nos ha alcanzado, la tenemos que llevar a tantos que lo necesitan, que necesitan este mensaje de reconciliación y salvación.
Para esta misión no estamos solos, el Espíritu de Dios es quien nos guiará y animará en la tarea. En este tiempo de la Iglesia, necesitamos de la obra del Espíritu que nos impulse por dentro, que nos anime a buscar la reconciliación, la paz y la justicia, solo posibles por medio del amor.
Que en esta fiesta de la Santísima Trinidad, el Espíritu encienda en nuestros corazones ese impulso misionero que nos haga poner el Evangelio más en obras que en palabras, para que por medio del testimonio de la comunidad de la Iglesia, sencilla y humilde, anunciemos al mundo el amor de Dios que viene en Jesucristo a salvar y no a condenar. Solo desde el amor podremos construir con Cristo esta fraternidad del Reino, el único camino posible hacia la plenitud del ser humano. Que Dios nos bendiga y fortalezca.