Jesús dijo a los judíos:”Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”.Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”.
Hoy celebramos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, la fiesta de la entrega de Jesús que se queda con nosotros como alimento para la vida y el camino. Jesús nos llama a permanecer en Él como Él permanece en nosotros y nos invita a que nos unamos a Él en su amor y en su entrega para la salvación del mundo.
Podemos comenzar preguntándonos por las personas que han sido alimento para nuestra vida. Sí, ¿Quiénes nos han alimentado con su vida? Al hacernos esta pregunta, no estamos pensando en nuestro estómago, sino en nuestro corazón, en nuestra alma, en nuestros procesos de maduración, de libertad, de amor.
En el Evangelio de hoy, es Jesús quien se nos revela como el pan de vida, y utiliza un lenguaje fuerte en palabras y en imágenes: “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. No solo se pone en la lista de tantas personas que identificamos como alimento, sino que nos dice que Él es el alimento fundamental, fuente de vida y de sentido. Si queremos tener vida, tenemos que animarnos a unirnos radicalmente a Él, integrar su modo de mirar el mundo, al ser humano y a Dios, y dejar que Él sea el impulso de nuestra sensibilidad y de nuestras acciones.
Jesús decía que su alimento fundamental era hacer la voluntad de su Padre. Si nosotros, por la fe, acogemos a Jesús como nuestro pan de vida y nos animamos a comer y beber este alimento de plenitud, también la voluntad del Padre será nuestra pasión. Buscaremos sin descanso aquello que el Padre Dios, fuente de toda bondad y de todo amor, nos invita a vivir en cada momento de la historia.
Comer la carne de Jesús y beber su sangre, signos concretos que se nos hacen palpables en la Eucaristía, nos compromete al seguimiento propio del discípulo que desea que lo mueva el mismo amor y la misma pasión que movió a su maestro. Y tengamos en cuenta que Jesús no solo es ejemplo para que lo imitemos, Él es fuerza vital, es alimento y nos une a Él porque nos ama, con una amor que nos conoce, nos perdona y nos llama para que trabajemos con Él para la salvación del mundo.
¿Quién se quiere unir a Cristo? ¿Quién quiere hacer de su vida entrega de amor por el bien de la humanidad? ¿Quién quiere que su vida sea un Sí a la voluntad del Padre, que solo desea que toda la gente se salve, sea plena, sea libre? ¿Quién está dispuesto a jugarse por entero por este proyecto de amor? Solos no podemos pero, unidos a Cristo, sí. Él es nuestro hermano mayor y va primero, y en Él es posible hacer de nuestra vida un camino de plenitud en el amor. Que Dios nos bendiga y fortalezca.