Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra.
A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma”, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Palabra de Dios
P. Raúl Gómez sacerdote de la Arquidiócesis de Mendoza
Nos encontramos en torno a la Palabra del Señor. En este día la liturgia nos presenta el evangelio de San Mateo que relata a Jesús, a la multitud, a los discípulos, los signos que va haciendo Jesús, como la multiplicación de los panes que ha dado a la multitud, a la muchedumbre que lo seguía, que lo buscaba, que buscaba en Él consuelo, la fortaleza, la curación. Pero luego de esa misión Jesús invita a los discípulos a cruzar a la otra orilla, mientras tanto Él sube a la montaña para estar en oración, en intimidad con el Padre. Se retira a solas. También nosotros necesitamos retirarnos, para encontrarnos con el Señor, para saber que con Él todo lo podemos. Para recordar la misión como lo hizo Jesús, que pasa un buen rato en intimidad, en encuentro con el Padre, pero también al ver la situación de sus discípulos, de madrugada, Jesús va hacia ellos caminando sobre el mar.
La tempestad del mar los ha asustado y los ha llevado a perder la confianza, sin embargo Jesús va al encuentro de sus discípulos; ellos no lo reconocen; es más, piensan que es un fantasma y empiezan a gritar por temor. Sin embargo las palabras de Jesús tienen que calar hondo en nuestra vida y en nuestra historia: “Tranquilícense, soy Yo, no teman”. En ese momento Jesús lleva su paz, lleva su Palabra, esta Palabra que tiene toda esta fuerza para volvernos a ubicar en la serenidad.
Pedro le dice: “Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”. Jesús le dice: “Ven”. Pedro comienza a caminar sobre el agua, comienza a ir al encuentro del Señor, pero la violencia del mar, del viento, empieza a asustarlo y comienza a hundirse. Su grito profundo es: “¡Señor, sálvame!”. Un grito que quizás también nosotros, por momentos hacemos a Dios. Enseguida Jesús le tendió la mano, porque Jesús siempre está con su mano tendida. Lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”.
Para nosotros Jesús es nuestra seguridad, Jesús es nuestra certeza. Jesús es quien nos regala la fe. Por eso debemos tomarnos siempre de su mano.
Cuando Jesús va al encuentro de sus dicipulos y sube a la barca todo se calma y todas las tempestades se alejan. Y todos al reconocer la obra del Señor se postran ante Él. Nosotros también estamos llamados a postrarnos ante la presencia del Señor. Que tengas un bendecido día y que Jesús sea Luz y Guía para tus pasos.