Cuando se reunieron con la multitud, se le acercó un hombre y, cayendo de rodillas,le dijo: “Señor, ten piedad de mi hijo, que es epiléptico y está muy mal: frecuentemente cae en el fuego y también en el agua.Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron curar”.Jesús respondió: “¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo aquí”.Jesús increpó al demonio, y este salió del niño, que desde aquel momento quedó curado.Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le preguntaron en privado: “¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?”.“Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: ‘Trasládate de aquí a allá’, y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes”.
El tema fundamental del evangelio de hoy parece ser el de la fe. Y creo que puede ser uno de los temas centrales a la hora de pensar en nuestro itinerario de discípulos misioneros de Jesús.
Hay muchas definiciones de lo que puede ser la fe. Lo primero igualmente que tenemos que afirmar con convicción y contundencia que no es un mero ejercicio de voluntad humana sino un don sobrenatural de la gracia de Dios. La gracia de Dios hace posible nuestra fe y no al revés. Tenemos que convencernos de una buena vez que en nuestra vida todo es iniciativa de Dios y nosotros en todo caso nos plegamos, nos sumamos, cooperamos, o no.
Lo mismo pasa con la fe. La iniciativa la toma Dios que sale a buscarnos, que nos primerea en el amor, que nos abraza. Es Dios quien está loco de amor por todos nosotros. Y permanentemente nos busca y desea encontrarnos. Todo el ejercicio de actitudes, virtudes, grandezas, viene de parte de Dios. Todo es gracia de parte de Dios y lo que quiere es una respuesta de nuestra parte. Porque amor con amor se paga.
Entonces tener fe no es el esfuerzo terrible de nuestra voluntad que busca resistir los embates de la duda y el temor a toda costa para creer en Dios, sino el don sobrenatural de Dios. Cuando era estudiante de filosofía a mis 20 años descubrí una definición de fe del Concilio Vaticano I que te la comparto: la fe “…es una virtud sobrenatural por la que, con inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero lo que por Él ha sido revelado, no por la intrínseca verdad de las cosas, percibida por la luz natural de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que revela, el cual no puede engañarse ni engañarnos.” Es para parar la pelota y digerir tranquilo. Lo que me gusta es que afirma con contundencia que la fe no es un invento humano y no responde a las ganas, las fuerzas, la moda, el sentimiento, sino a una iniciativa de parte de Dios que en Jesús y por la fuerza del Espíritu nos invita a seguirlo. Se pone de relieve entonces la autoridad de Dios que revela y no nos miente ni puede mentirnos, no por el sentido que pueden tener las cosas sino porque el sentido en definitiva se lo da Dios.
La fe es la respuesta entonces a la invitación divina por parte de Dios que se revela en Jesús. La fe es la respuesta de amor que podemos darle a Dios que nos invita a amarnos los unos a los otros. Por eso el cura Carlos Mugica expresa que: “tener fe es amar al otro”. Porque la fe es respuesta no puede ser teórica ni mental. No se queda en la cabeza sino que baja a los pies: anda, camina, abraza, ayuda, enseña, socorre, recibe, se ofrece, se hace disponible, se cansa para procurar antes un bien al prójimo que a sí mismo.
La fe como respuesta de amor al amor que Dios nos tiene. Porque Él no ama primero, nos sentimos llamados a creer unos en otros y a amarnos en consecuencia.