Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón.Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”.Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: “Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos”.Jesús respondió: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”.Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: “¡Señor, socórreme!”.Jesús le dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”.Ella respondió: “¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!”.Entonces Jesús le dijo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”. Y en ese momento su hija quedó curada.
En el Evangelio de hoy nos encontramos con un pasaje muy especial, nos llama la atención la dureza de Jesús y, a su vez, nos admira el resultado de su acción suscitada por la profunda fe de una mujer cananea.El Señor, junto a su comunidad de discípulos, va a tierras extranjeras, cruzando los límites de su región. Allí le sale al paso una mujer, no perteneciente al pueblo judío, que desea vivamente que su hija sane y se libere de un mal que la atormentaba. Esta mujer pagana tiene plena confianza en que Jesús la puede ayudar, confía tanto en él que no deja de gritar para que el Señor la asista. En un principio Jesús no la atiende y deja que los discípulos sean quienes intercedan por ella: “Señor, atiéndela, porque nos persigue con gritos”. Le dicen. Lo que buscan los discípulos es liberarse de la incomodidad que les genera la actitud insistente de la mujer. Jesús pone por delante una barrera: “Solo he sido enviado a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”… haciéndose eco de tantas actitudes de distancia y, a veces, de desprecio de quienes son distintos, de quienes no están en la lista de nuestros grupos de pertenencia.
Es la mujer que desde su deseo y desde su fe va a romper esa barrera. Es tan grande su fuerza, su perseverancia y su confianza en el Señor que lleva a todos y a ella misma a trascender los límites impuestos por etiquetas sociales, ideológicas o religiosas. Jesús, con su actitud aparente dura, lleva a la mujer a no ceder frente a cualquier etiqueta que la menosprecie y la impulse a renunciar a su deseo y su confianza. Quedará al descubierto la grandeza de la fe de esta mujer pagana, que Jesús confirmará y alabará frente a los discípulos. Aquel que había dicho que sólo había sido enviado al pueblo de Israel, ahora vuelca su amor y su misión liberadora sobre los paganos. Y los discípulos que buscaban liberarse de los gritos de aquella madre preocupada por su hija, ahora están aprendiendo de ella la fuerza que tiene la fe cuando es honda y sincera, capaz de romper tantos límites y abrir caminos infinitos al amor.Hoy todos nosotros estamos invitados a admirar la fe de esta mujer cananea y hacernos eco de la alabanza de Jesús. Podemos dejarnos interpelar por el evangelio y examinar nuestro interior para ver si la fe y la confianza en Cristo nos ilumina la vida y nos impulsa a mirar a todas las personas como hijos de Dios y hermanos nuestros, o dejamos que conviva una fe sin muchas raíces con actitudes discriminatorias o prejuiciosas.
Y, fundamentalmente, podemos aprender de la fe de la cananea, que la impulsa a actuar desde los deseos más hondos y desde la confianza plena en el amor de Dios, de tal modo que vence toda barrera que la detiene, toda vergüenza que la acompleja, toda etiqueta que la prejuzga y achica.
Tenemos mucho camino para hacer, porque nuestra fe es débil, pero podemos estar atentos y con humildad pedir la gracia de la fortaleza de la fe y la perseverancia en ella, para que movidos por el amor podamos transcender los límites, impuestos o inventados, que atentan contra los deseos más hondos que Dios mismo ha sembrado en nuestro corazón. No hay barreras para el amor que hace presente el Reino.
Que Dios nos bendiga y fortalezca.