Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»
Escuchamos en el Evangelio de hoy el llamado sermón de la montaña. Así como Moisés subió la montaña para recibir la ley del Antiguo Testamento, Jesús sube ahora el monte de las bienaventuranzas y nos da una nueva Ley. Más que ser un modelo moral de acciones que se deben hacer o de prohibiciones que debemos tener en cuenta, nos presenta un autorretrato del Señor: Él es el pobre de espíritu, el manso, el que llora, el sediento de justicia, el misericordioso, el limpio de corazón, el perseguido a causa del Reino. Mas que proponernos un decálogo de preceptos tallados sobre piedra, Jesús nos propone un modelo, una forma de caminar detrás de él que debemos tallar en nuestro corazón.
Cada una de estas bienaventuranzas comienza con la palabra felices. Y es que todos queremos ser felices. Es sin duda el deseo de todos los hombres de la tierra. No hay una persona que no quiera ser feliz y que no desee la felicidad para los suyos. En el camino de las bienaventuranzas Jesús nos dice como buscar esa felicidad.
Todas las bienaventuranzas presentan situaciones adversas y de dificultad y esto nos hace pensar ¿Se puede ser feliz en el medio del sufrimiento? ¿O acaso para ser felices tenemos que tener todo en orden y arreglado? ¿La felicidad significa la ausencia de dificultades o de problemas?
Según la lógica del Evangelio la felicidad va por otro lado. Consiste en llevar una vida de amistad con Dios, sabiendo que nuestra vida, y nuestras adversidades están en sus manos. Jesús nunca nos dice “pare de sufrir”, sino más bien “vengan a mí los que están cansados y agobiados que en mí encontrarán alivio”. Ser bienaventurado significa aceptar que las cosas no son como yo quiero, que no todo me sale como me gustaría, que hay un montonazo de situaciones que son complejas, pero que tengo la convicción de que Dios es el camino por donde mí vida transcurre. Y que en definitiva, ese el motivo y causa de mi felicidad.Jesús es el bienaventurado y nos muestra con su vida como vivir este camino. La felicidad del Señor no está en que las cosas le salgan bien a los ojos del mundo, en ser un triunfador al estilo de un político o un lides, sino que su felicidad es cumplir la voluntad del Padre en el medio de las adversidades.
Hay que reconocer que esta propuesta de Jesús es difícil de llevar a la práctica. Fácilmente perdemos el rumbo y nos desanimamos en el momento de la prueba. Pero te repito este consejo del Papa Francisco: “No se dejen robar la alegría y la esperanza”.
Hermano, hermana: Si estás pasando hoy una dificultad concreta, dura y pesada, te invito a que la pongas en la mano de Jesús, el feliz, el bienaventurado. Él es fiel a sus promesas.