Jesús dijo a sus discípulos: «Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros, porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: “Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo”. Y ellos fueron.Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: “¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?” Ellos les respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Entonces les dijo: “Vayan también ustedes a mi viña”.Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: “Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros”.Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: “Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada”.El propietario respondió a uno de ellos: “Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?”Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos».
Muchas veces nos hacemos permeables a la cultura de la competencia y de la comparación. Vivimos pendientes unos de otros para ver quién es más y quién es menos, quién merece más y quién no tanto. Y así, gastamos nuestro tiempo y esfuerzo posicionándonos en escalones donde siempre colocamos a algunos más arriba y a otros más abajo. Y se nos va la vida compitiendo por afectos, por reconocimientos, por premios. Y nos volvemos jueces de los demás y también de nosotros mismos, pero con diferentes varas, justificando nuestras conveniencias, nuestros reproches o reclamos. Esto lo vivimos en todas partes, en nuestra propia casa y en los distintos lugares en donde nos movemos.
El Evangelio de hoy nos mueve el esqueleto, interpelándonos, e invitándonos a una lógica distinta que tira a bajo nuestras miradas competitivas o nuestras lógicas de merecimientos: “muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros”, dice Jesús.
La invitación es a reconocer la gratuidad del amor de Dios que quiere que todos se beneficien de él. Pero, también, que esto redunde en nuestro modo de mirar y de relacionarnos con los demás. Jesús nos habla de un propietario que a distintas horas del día va a buscar obreros para trabajar en su viña. A unos los llevó a primera hora de la mañana y a los últimos casi al terminar la jornada. Sin embargo, cuando les fue a pagar a todos dio lo mismo, según había acordado con los que trabajaron más. Ante el reclamo de quienes estuvieron todo el día en la viña, el propietario apeló a su bondad. Yo te di lo que habíamos acordado, qué problema te haces si doy lo mismo a los demás: ¿Por qué te tomas a mal que yo sea bueno?
Tremendo. La bondad de Dios desafía a nuestra forma de mirar su justicia y su bondad; la bondad de Dios nos conmueve si nos reconocemos beneficiados por ella, porque si miramos bien nuestras historias y reconocemos lo necesitados que somos del perdón y de la misericordia, todos nos identificaremos con aquellos obreros de la último hora y agradeceremos esa manifestación de amor gratuito que solo busca nuestro bien. Así nos ama Dios, y así podemos también nosotros buscar amar a los demás.Hace unos días compartiendo con un grupo de jóvenes una reflexión sobre esta lectura, ellos señalaban tres puntos que me gustaría compartir con ustedes. El primero es que Dios es bueno con todos y que para Él todos somos iguales. El segundo es que Dios hace que la vida siempre sea una oportunidad para encontrarlo, para crecer, para madurar, para amar y, por lo tanto, siempre que estamos vivos tendremos la oportunidad para acercarnos a Él, que nos espera con los brazos abiertos. Y la tercera, es la de abrirnos al amor gratuito del Padre, manifestado en Jesús, y vivir la vida y hacer lo que hacemos, no para ser o tener más que los demás, sino para responder agradecidos al amor gratuito del Padre.
Si realmente caemos en la cuenta de lo beneficiados que somos todos y cada uno de nosotros de este amor y lo abrazamos con conciencia y libertad, solo quedará el agradecimiento como respuesta y nos sumaremos a Cristo buscando también vivir la gratuidad del amor. Que Dios nos bendiga y fortalezca.