Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: «Éste comenzó a edificar y no pudo terminar».¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz.De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.
El Evangelio nos relata un momento en el que Jesús es seguido por una gran multitud. El maestro se da vuelta y comienza a hablar sobre el seguimiento a aquellos mismos que ya lo estaban siguiendo. Exige un seguimiento radical: “Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo”.Evidentemente Jesús no está pidiendo un amor excluyente que deje de lado el amor a los afectos que naturalmente tenemos en el corazón humano, como es el amor entre la familia, como es el amor entre los hermanos. Sino más bien reclama para si un amor exclusivo en el cual el sea el centro y origen de todo amor. La Palabra nos enseña que Dios es el gran ordenador del amor, que el pecado mismo ha desordenado y desorientado. Jesús mismo nos dice en otro evangelio que el primero de los mandamientos es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el espíritu, y que el segundo mandamiento es semejante al primero: amar al prójimo como a uno mismo.
El primero de los mandamientos del decálogo también nos recordaba esta intuición: Amar a Dios por encima de todas las cosas. Hoy Jesús aplica para sí este mandamiento, lo interpreta y nos orienta a sí mismo como el origen y fin del amor. Parafraseando la palabra de hoy, el Señor nos dice: “Cualquier que venga a mí, me debe amar por encima de todas las cosas, es decir, por encima de cualquier otro afecto, porque yo soy Dios”.
En Jesús aprendemos que el amor es decisión y entrega, pues realmente no hay amor más grande que dar la vida por los amigos. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo, dice el Señor. Y esa es la Cruz que cargamos: La Cruz de amar como Dios nos ama, entregando la vida sin guardarnos nada.
Con este evangelio somos invitados a renovarnos en la alianza de Amor que Dios ha hecho con nosotros. ¿Queremos ser discípulos de Jesús? Pues carguemos la Cruz del amor desmedido. Es pesada, pero su yugo es suave y su carga es ligera. Pedile a Dios que te renueve en el discipulado. Estamos en la escuela de Jesús aprendiendo cada día que es esto del amor. Que sus palabras nos iluminen y que su ejemplo de entrega nos anime también a seguirlo en entrega generosa de amor.