Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 12-18
Es muy importante saber el motivo de la murmuración. Casi todos los seres humanos pensamos sobre los demás de esa manera chismosa, fea, cruel. Bien sabemos que casi todo el mundo lo hace. Toda persona, prácticamente, murmura acerca de alguien y la condena. La murmuración suele ser un hábito desagradable. Pero, ¿Por qué lo hacemos?
La murmuración es una forma de inquietud. Deseamos ver lo que otros hacen, y quizás imitarlos. En general, cuando murmuramos es para condenar a los demás. Pero, tal vez sea para imitarlos. Todo eso indica una extraordinaria superficialidad.
El papa Francisco ha pedido a los cristianos que cierren las puertas a celos, envidias y murmuraciones que dividen y destruyen a nuestras comunidades. Por ejemplo, cuánto se murmura en las parroquias, cuando hay “un testimonio que no me gusta o una persona que no me gusta, el murmullo se desata inmediatamente”, en nuestras diócesis, cuando se viven luchas intradiocesanas, o en el ámbito de la política, ni qué hablar entre pastorales, movimientos. Así también en espacios familiares, cuando con tanta facilidad calificamos a “la oveja negra” de la familia. En Evangelii gaudium n° 98 encontramos que “Dentro del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, ¡cuántas guerras! En el barrio, en el puesto de trabajo, ¡cuántas guerras por envidias y celos, también entre cristianos! La mundanidad espiritual lleva a algunos cristianos a estar en guerra con otros cristianos que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Además, algunos dejan de vivir una pertenencia cordial a la Iglesia por alimentar un espíritu de “internas”. Más que pertenecer a la Iglesia toda, con su rica diversidad, pertenecen a tal o cual grupo que se siente diferente o especial”.
San Pablo en la lectura de hoy a los cristianos de Filipos, anima a toda la comunidad a actuar sin murmuraciones, poniendo la atención no en lo que hacen o dejan de hacer los otros, sino en trabajar por la propia salvación, no con no altanería, sino con humildad, viviendo con “temor y temblor”, sabiendo que todo es un don de Dios, ya que Él, es que hace nacer en nuestro corazón el “querer y hacer”.Pidamos en nuestra oración personal, que el Espíritu Santo, evangelice nuestro corazón a semejanza del amoroso Corazón de Jesús que está lleno de misericordia y ternura. Solo de éste modo, vos y yo, podremos ser en nuestras realidades eclesiales, “puros, hijos de Dios sin mancha”.
¡Dios te bendiga! Y recuerda, “Él” nos acompaña, en nuestro proceso de conversión personal.Hna Débora EvangelinaA.S.C.J