(Juan 20, 24-29)
Tomás sigue siendo Tomás. Incrédulo, sí, pero honesto.
Durante la última cena fue quien se atrevió a mostrar humildemente su fragilidad, reconociendo que aún no comprendía: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?» (Jn 14, 5).En la narración que hace Juan, el día en que el Resucitado se aparece primero a María Magdalena, al amanecer, y al atardecer a los discípulos: «Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos».
Pero ¿qué había ocurrido, aparte de la aparición? No es solo una aparición, esa es la primera parte. Dos veces Cristo les dice esa tarde: «¡La paz esté con ustedes!».
La primera, para revelarles fehacientemente su resurrección: «Dicho esto, les mostró las manos y el costado».
La segunda, para darles el Espíritu y enviarlos a anunciar el Reino a todo el mundo: «De nuevo Jesús les dijo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes». Después de decir esto sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengan les quedan retenidos»» (Jn 20, 19-23).Tomás no había visto, pero tampoco había recibido el soplo divino. Sigue tan frágil y confundido como en la cena. Más confundido: acababan de matar con la peor de las muertes a su maestro.Siempre se nos dice «¡No sean como Tomás!». Y es cierto, por antonomasia, ser Tomás es ser incrédulo, no tener fe suficiente. Sin embargo, me pregunto, como lo hice ante su duda en la última cena: ¿debería haber aceptado lo que le contaban, sin dudarlo, o Cristo usa su flaqueza y dura honestidad, en un gesto didáctico, para que reconozcamos, en su pequeñez y sus dudas humanas, nuestra necesidad del Espíritu en el camino de la fe?
Porque se trata de fe. Y la fe es una virtud en la que nuestro mérito es trabajar y orar para que se nos aumente y fortalezca, pero es infundida por Dios.
¿Cuántas veces caemos en la cuenta de que llevamos una vida espiritual casi rutinaria? Nuestra fe está plana como estuvo la de Tomás. Es bueno que lo reconozcamos y pidamos ayuda. Jesús anda siempre a nuestro lado, no lo vemos, como Tomás, pero Él siempre nos está diciendo: «Trae aquí tu dedo».