Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: “Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios”.
Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: “¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin. Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.
Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre”.
Jesús dijo esto porque ellos decían: “Está poseído por un espíritu impuro”.
Los familiares de Jesús decían que estaba loco cuando veían que atendía a la gente y no tenía tiempo ni para comer. Al menos su familia lo apreciaba y le decía esto como para que se cuidara. Pero los doctores de la ley eran de terror y decían de Jesús: «tiene dentro a Belcebúl y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios». Esto parece raro, es absurdo. ¿Cómo puede alguien luchar contra sí mismo? ¿Cómo puede alguien estar endemoniado y a la vez expulsar a los demonios? Sería como expulsarse a sí mismo, sería como golpearse o lastimarse a sí mismo. Parece ridículo.
Es cierto que una hay lucha entre el espíritu del mal y el del bien. Pero Jesús vence. La victoria de Jesús, arrojando al demonio a los poseídos, es un signo que llegó el Reino de Dios. Es la señal de que ya ha llegado quien va a triunfar del mal, el Mesías, y él es más fuerte que el diablo. Pero sus enemigos no quieren reconocerlo. Por eso merecen el duro ataque de Jesús que les reprocha que lo que hacen es una blasfemia contra el Espíritu. No se les puede perdonar. Pecar contra el Espíritu significa negar lo que es evidente, negar la luz, taparse los ojos para no ver. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Por eso, mientras les dure esta actitud obstinada y esta ceguera voluntaria, ellos mismos se excluyen del perdón y del Reino de Dios.
Nosotros no somos ciertamente de los que niegan a Jesús, o lo tildan de loco o de aliado del demonio. Al contrario, no sólo creemos en él, sino que lo seguimos y vamos meditando su Evangelio que nos ilumina. Nosotros sabemos que ha llegado el Reino y que Jesús es más fuerte que el diablo, y nos ayuda en nuestra lucha contra el mal.
Podríamos preguntarnos si alguna vez no queremos ver lo que tendríamos que ver, tanto en el evangelio como en los signos de los tiempos. Muchas veces no es por maldad. Más bien puede ser por pereza o por un deseo de no comprometernos con lo que Cristo nos pide. Es bueno que nos examináramos si nos parecemos a los doctores de la ley: ¿tenemos tendencia a juzgar mal a los que no piensan como nosotros? Jesús nos invita a no quedarnos indiferentes y perezosos. Nos pide de resistir y trabajar contra todo mal que hay en nosotros y en el mundo. Trabajemos entonces con generosidad, como decían nuestros abuelos, para hacer el bien sin mirar a quien.
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