Tengo que ir a trabajar, estudiar, recoger los niños, cocinar… Estas son algunas de las expresiones que la mayoría de los seres humanos verbalizamos diariamente. Esto ocurre porque la rutina diaria es una de muchos compromisos, sin embargo puedes decidir si la rutina te consume en la queja o si te haces amiga de ella. Es totalmente válido sentirnos drenados por las múltiples tareas que tenemos que hacer diariamente, no obstante, si te preparas y estableces un plan lo puedes trabajar. La rutina no debe ser tu enemiga, debe ser tu aliada. Así que vamos a ver los beneficios de la rutina: nos da sentido de dirección, nos provee espacios para crecer y aprender, nos lleva a compartir con familia, amigos y compañeros de trabajo, nos mantiene ocupados. Y pensarás, ¿qué beneficioso puede ser esto? La rutina nos recuerda que estamos vivos, que nacimos con propósitos y que alguien será impactado con lo que realicemos diariamente.
Vivir con intensidad y con pasión, te ayudará a disfrutar cada experiencia. Por tal razón, comienza a ver la rutina de una forma diferente y establece un plan que te dirija:
1. Encomienda a Dios tu día y tus tareas.
2. Ten contigo una agenda y escribe diariamente lo que tienes que hacer.
3. Prepárate, aliméntate bien y siempre sal temprano hacia el compromiso.
4. Escucha música relajante.
5. Dentro de todo lo que tengas que hacer, saca un tiempo para ti y darte un gusto (eso que te encanta, te lo mereces).
No permitas que la rutina se convierta en tu peor enemiga, que te amargue y te consuma. Aprovecha cada momento de tu vida para hacer las cosas con amor y entrega.
Versículo para reflexionar: Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como obedeciendo al Señor y no a los hombres (Colosenses 3:23).