A veces nos pasa, también a los cristianos, que hacemos muchas cosas. Nos sale fácilmente comprometernos en muchos proyectos. Algunos tienen que ver con nuestros trabajos o con nuestros estudios. En otras ocasiones tiramos de fe o de buena voluntad y regalamos -de manera ejemplar- parte de nuestro tiempo en favor de los otros y de nuestra fe. En el caso del ocio somos algo más creativos -porque la voluntad no falta- y cualquier oportunidad es buena para celebrar lo que sea o para irnos a visitar al amigo que vive más lejos y que inocentemente le prometimos una visita.
Pero vivir en serio nuestro ser cristiano no significa sólo poner amor en las cosas que hacemos cada día. No es solo ser buen estudiante, mejor amigo y dedicar parte de las semana a los demás -que todo está fenomenal-. Vivir en cristiano significa que hay momentos en que toca apostar y jugársela -y hablo de relaciones, trabajos, sueños, aficiones…-. No es sentarse a planificar un curso ni un verano fantástico. Tampoco se trata de pintar nuestro mundo de rosa ni de ir tomando pequeñas decisiones que se quedan en nada. Tiene que ver con saltar al vacío, confiar en que se puede vivir de otra manera, sin saber muy bien cómo será, pero sí para qué y para quienes. Es destruir algo bueno para construir algo mejor. Más pleno. Más de Dios.
Elegir no es fácil. Nos da miedo. Implica renuncia, compromiso, fracaso, esfuerzo… Pero todos estamos llamados a arriesgar. Quizás el problema está en que siempre tendremos un argumento para no saltar al vacío. Un clavo ardiendo donde aferrarnos creyendo que podemos ser felices sin poner todo en juego. En nuestra mano está tomarnos en serio nuestro futuro o quedarnos solo en las pequeñas elecciones que no cambian mucho, quizás engañados por nosotros mismos. Y tú: ¿te tomas tu vida en serio?
Álvaro Lobo sj