Contemplación del anuncio del Ángel a María

martes, 25 de abril de
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Me imagino el Cielo de fiesta.

Un reloj grande, extraño (el Reloj de Dios) marcaba que HOY ES EL DÍA DE LA SALVACIÓN.

Los ángeles estaban locos de contentos.

Y Gabriel sentía profundamente que su momento también había llegado. Rafael y Miguel ya había cumplido su misión. Faltaba él. Pero aún Dios no decía nada. Hasta que lo llamó.

Y asomados los cuatro (la Santísima Trinidad y el arcángel) desde la ventanita del Cielo, el Buen Dios le señaló la ciudad… y la casa de María. Gabriel recién la conocía. Pero Dios se asomaba desde hacía más de 15 años para mirar esa humilde casita, y favorecer a Joaquín y Ana con aquella hija adorada, amada desde toda la eternidad, a quién Él deseó que fuera la única criatura del mundo concebida sin pecado original. Era su Santo tabernáculo. Lo creó perfecto, digno de Él, el Rey del Universo, Rey Eterno ^^

 

Cada día el Buen Dios se asomaba y sonreía al ver a María crecer, jugar, reir…

 

También observaba muy de cerca al buen José. Lo amaba TANTO, y sufría con él… porque a José le costaba la vida. Le costaba sentirse elegido, privilegiado. No se valoraba… se tenía a sí mismo por nada. Merecedor de nada. Pero el Señor sonreía al ver la fe de su humilde servidor, que nunca comenzaba un trabajo sin antes elevar sus ojos y su corazón al cielo y hacer, de este modo una profunda oración.

 

Un buen día, María y José se comprometieron ¡y hubo fiesta!.

 

La historia de la salvación ya tenía rostros concretos, protagonistas pequeños, humildes y amados.

 

Y el Día llegó.

 

En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

 

Era una mañana, alrededor de las 10. María como cada día estaba ayudando en su casa, en ese momento barría el comedor. Se sorprendió al ver entrar a un joven hermoso, cuya sola presencia hablaba del cielo… el joven la saludó diciendo: ¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.

 

Ella sí se sabía amada… todo en su vida era oración, siempre encomendada a Dios y se dejaba estar en Sus manos. Ella sabía que Dios estaba con ella. Pero aún así, le resultó extraño el saludo.

 

Pensó: “¿que me alegre? ¿cómo sabe que estoy triste? es cierto que estuve llorando… se me nota en la cara…sí. Estuve llorando por mi pueblo. Todos sufren, se quejan y reniegan de Dios. No tienen más paciencia. Lloré porque siento que ofenden a Dios con su desconfianza, y lloré porque deseo hacer algo por ellos…pero no sé qué. Soy apenas una jovencita de 15 años ¿qué podré hacer para ayudarlos y aliviar su sufrimiento?”.

 

Pero el Ángel le dijo: No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande, y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin.

 

¡Su oración obtuvo respuesta! se sintió como adivinada por el ángel… ¿ella sería la madre d Jesús, el Salvador?

¡No lo podía creer! ¿cómo será eso? preguntó…

 

Y ante tal respuesta su corazón sólo pudo decir SÍ.

 

Que se cumpla en mi lo que has dicho…fueron sus últimas palabras, estando de rodillas y con la cabeza baja… y el ángel se alejó. En ese momento el Espíritu Santo descendió sobre ella y el poder del Altísimo la cubrió con su sombra. Y Jesús fue concebido en su vientre virginal.

 

Aún allí, de rodillas, sintió en ella el fuego del Espíritu y el poder de Dios, su corazón rebosaba de felicidad y lágrimas de agradecimiento caían por su rostro.

 

“El Señor la había favorecido”

 

“Sería la madre del Salvador”

 

 

Las palabras del ángel resonaban en su mente y en su corazón.

 

Mili Ortiz