Señor Jesucristo, creo y adoro tu presencia serena.
Lo creo y la proclamo con todo mi ser: ¡Vives! ¡Alabado seas!.
Es verdad que muchas veces te quisiera sentir presente, como en el Sinaí: rodeado de esplendor, truenos y trompetas…
pero ahora confieso tu presencia, viva y fuerte, en la calma, en el silencio y en la intimidad de este Santísimo Sacramento.
Sé que vives y me vivificas; sé que tu silencio tiene mucho para decirme; se que estando disponible como Pan, me invitas a vivir sirviendo, a vivir haciéndome un pedazo de pan para los demás.
Te adoro, Señor, te amo y quiero amarte más y más cada dia, tu amor me hace verte y oírte en cada pobre, en cada triste, en cada sufriente.
Ayúdame a amar el silencio para poder oír mejor. Sé que me hablas en los “sin voz”…
¡Líbrame del ruido de mi egoísmo! ¡Ayúdame a amar tu calma!, solo así, tendré el “poder” de los pacíficos, que poseen la tierra (Mt. 5,4).
Señor que siempre nos escuchas… ¡Enséñame a escucharte! Amén.
Diálogos de amistad (Misioneros Redentoristas)