“Señor, Tú lo sabes todo, sabes que te quiero”

martes, 6 de junio de
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Esto es lo que dice repetidamente Pedro a Jesús resucitado en la lectura del Evangelio del viernes pasado. A propósito, debo decir que este pasaje nunca fue muy claro para mí. Sinceramente, no entendia cuál era el propósito de Jesús al preguntar tantas veces lo mismo. Se me ocurría que podía ser para reafirmar el amor de Pedro por él, dado que le había confiado la misión de ser la roca, guía, pastor de la naciente iglesia cristiana. De hecho, también él responde lo mismo cada vez: “Apacienta mis ovejas”. 

 

Sin embargo, hace poco recibí un video donde un sacerdote compartía su reflexión sobre este pasaje, y recién ahí pude distinguir algo que no había observado antes: Jesús no hace exactamente la misma pregunta tres veces, sino que la reformula cada vez. Comienza preguntando: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”, luego sigue: “¿Me amas?”; y termina: “¿me quieres?” Como si de alguna manera Jesús fuese “bajando su pretensión”, poniendo la vara más abajo, hasta adecuarse a la respuesta de Pedro, que es siempre idéntica: “Si, Señor, Tú sabes que te quiero”. El sacerdote destacaba ambas actitudes.

 

Por un lado, la humildad de Pedro, que tuvo la grandeza de reconocer y asumir -incluso delante del propio Jesús- su propia pequeñez. Recordemos que antes del arresto de Jesús luego de la última Cena, Pedro le había prometido que nunca lo iba a abandonar, que estaría firme a su lado pasara lo que pasara, y terminó negándolo tres veces. Fue una actitud un poco soberbia, de alguna manera se había confiado en sus propias fuerzas, y le salió mal. Pues bien, ahora la actitud es otra, humilde, realista. Sabe que no ama a Jesús más que los demás, que ni siquiera lo ama, sino que lo quiere. Es todo lo que puede dar, su cien por ciento. 

 

Y por otro lado, la misericordia de Jesús, que no exige de Pedro más de lo que puede dar, y que de hecho, como se mencionó al principio, se “amolda” a él. Y qué bueno es descubrir en este pasaje que así actúa Jesús con todos siempre. Es algo que nos invita a la confianza de acercarnos a Él sin miedo, tal cual somos, con nuestros dones, pero también, y sobre todo, con nuestras limitaciones. Porque a veces nos pasa que los defectos, aquello que no podemos lograr, la virtud que no podemos alcanzar o el vicio que no podemos desterrar, como nos impide amar y servir a Jesús como nos gustaría (“mas que estos”), nos van echando para atrás, sintiendo que siempre nos faltan cinco para el peso, y por consiguiente, complicando nuestra relación con el Señor. En cambio, si pudiéramos asumir con naturalidad que no somos perfectos, que tenemos nuestros puntos débiles, pero que así y todo somos amados infinitamente, podríamos acercarnos sencillamente y sin vueltas a los brazos de Jesús.

 

Que el Espíritu Santo nos ayude entonces a imitar esta actitud de Pedro frente a Jesús, con la certeza de que no sólo que somos amados en nuestra pequeñez sino que también en ella Dios obrará sus maravillas. ¡Buena semana!

 

 

¿Me amas?

 

Amanda Melgarejo