Sol, misionera en el Punto Corazón de Valparaíso – Chile, nos comparte su testimonio.
Con la ayuda de sus oraciones y de la gracia de Dios, hace ya más de un mes que recibimos el permiso para poder realizar visitas a la cárcel.
Como dos mujeres iban a recibir su Primera Comunión, fuimos hacia el patio donde estaba por empezar la celebración.
Cuando las chicas terminaron sus confesiones, comenzó la Misa y en un momento el Padre las invitó a decir unas palabras. Quedó realmente grabado en mi mente lo que compartió con nosotros Margarita: “Yo cuando era chica iba a la Iglesia y al coro, pero después por cuestiones de la vida me alejé. Estoy feliz porque antes yo veía el pan y el vino y agachaba la cabeza. Ahora voy a poder venir y sentarme en el primer banco.”
Cuanta humildad y cuanta valentía falta en mi corazón para actuar como ella, agachar mi cabeza, pedirle perdón y con sencillez recibirlo en mi corazón. Antes de salir de misión me preguntaba ¿por qué eran necesarios tantos momentos de oración, de rezo del Rosario, de Adoración al Santísimo y de Misas? ¿Por qué era necesario “gastar” tanto tiempo en eso, en lugar de estar con los amigos de nuestro barrio? Ahora me pregunto ¿Cómo podría ser expresión de Su ternura, si no soy capaz de recibirlo? ¿Cómo podría amar verdaderamente a los amigos del barrio, a mi comunidad, a las familias que nos acogen en cada descanso, si no me detengo a mirarlo? No me queda más que agradecer que en mi día a día haya personas como ella, que no son simplemente “presas”, “ladronas”, o “traficantes”, sino que son personas que se dejan habitar por el Espíritu, para ser verdaderos instrumentos del Señor. ¿Cómo dudar después de ese día, de que a pesar de mis miserias Él siempre me está esperando? No puedo hacer más que mendigar la gracia de recibirlo con su misma alegría. Es increíble como en el lugar menos pensado encontré a alguien que me recordó cómo y dónde empezaba mi misión: de rodillas y frente al altar.
Sol B.