Nunca me he sentido preparado para las crisis. Creo que en realidad, nadie lo está.
En varios momentos de mi vida me he sentido frágil y sin saber hacia donde ir.
Pero lo que prevalece en esos momentos es la confianza.
Una confianza que se basa en el creer que Dios le da sentido a esa crisis.
Sé que Dios es testigo de mis caídas, de mis debilidades.
Creo tener plena certeza de que Dios me dice como en 2Cor 12, 9: “Te basta mi gracia…”.
Pero se repiten una y otra vez aquellas situaciones de dolor, de angustia, de desolación.
Y ahí, sin previo aviso me veo en la nada, necesitado del todo que viene de Dios.
Ha sido sin duda un tiempo difícil. Un repetir constante y con todas mis fuerzas: “Creo, Señor, pero aumenta mi fe”, aunque no siempre me salga, aunque no siempre tenga ganas.
Lo cierto es que Dios no se cansa. Busca y rebusca el momento, el lugar y las personas que nos
pueden ayudar a encontrar aquello que algún día nos hacía vibrar.
Y al mismo tiempo nos regala el don de la libertad.
Y se siente con fuerza. Sobre todo cuando vemos que el volver o no, está en nuestras manos.
Yo lo experimenté hoy. En una desnuda banca de Iglesia.
Allí estaba, solo, pero al mismo tiempo acompañado;
Descubriendo que una vez más Dios insiste, en lo sencillo,
como un susurro, delicado, pero con fuerza.
Y te vuelve a insistir.