Estamos hechos para amar

martes, 17 de octubre de
image_pdfimage_print

          “¿Qué misión tengo? ¿A dónde voy? ¿De dónde vengo?”, son algunas de las preguntas que tanto han roto la cabeza de millones de personas buscando una respuesta (incluso hoy). Algunos lo consiguieron y vivieron según esa respuesta, pero nosotros jóvenes cristianos, ¿Qué respuesta le damos?

 

        Cuando decimos que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios (Cf. Gen 1, 26), no estamos diciendo algo superficial sino que es una afirmación con un contenido muy profundo de muchas aristas, entre ellas lo siguiente: si tenemos en cuenta de que Dios es amor (cf. 1 Jn. 4, 8) y que fuimos creados a su imagen y semejanza, en lo que nos parecemos a Dios es en el amor, porque (como dijimos antes) Dios es Amor; por consiguiente podemos decir que fuimos creados por y para amar, en otras palabras, hemos sido creados porque Dios nos ama y nos regala la capacidad de amar. 

 

          No es simple descubrir esto y menos aceptarlo y llevarlo a la práctica (en simples palabras, no es fácil amar). Pero Dios nos llama a esto: a esta actividad, a esta misión, a esta vocación. Caer en la cuenta de esto nos hace cambiar nuestra mirada de la vida, de nuestra vida, de la vida de nuestros hermanos; todo lo que creemos se resignifica cuando nos golpea esta hermosa verdad.

 

         Ahora bien, ¿Dios nos abandonó cuando nos dio esta capacidad de amar? De ninguna manera, como toda potencialidad, es decir, algo que puede ser, queda en nosotros hacer crecer esa capacidad de amar pero tenemos una ventaja: el ejemplo y la asistencia de Jesús. A su manera queremos amar, a su manera queremos vivir, a su manera queremos entregarnos a aquellos que no la están pasando tan bien, a aquellos que sufren. Y para ello, Jesús no nos abandona sino que está con nosotros hasta el fin de los tiempos (cf. Mt. 28, 20), más específicamente, en la Eucaristía, que es un milagro de amor.

 

       Queda en nosotros, en vos y en mí, caer en la cuenta de esta verdad y aceptarla para que nuestra vida se resignifique por completo. Queda también en nosotros, querido lector, acrecentar esta capacidad de amar a la manera de Jesús. Queda en nosotros, pedir la ayuda de Cristo diariamente para poder crecer en amor. Queda en nosotros, ser otro Cristo amoroso para nuestros hermanos.

 

Santiago Cuggino