Diez y media de la noche y yo acababa de subirme al tren en Retiro para volver a casa después de un día muy largo de facultad. Me disponía a cerrar los ojos y tratar de poner mi mente en blanco cuando, en eso, subió al tren un joven que empezó a tocar su desafinada guitarra, acompañando esa supuesta melodía con una voz bastante gastada. Al terminar su canción, lo aplaudimos forzadamente. Pero, de entre los pasajeros, un señor con traje y portafolios importantes se paró de su asiento y con mucha convicción le dijo al cantor: “Gracias, fue un placer escucharte”.
Fue entonces que comprendí la importancia de dejar entrar a otras personas en nuestra vida por unos minutos, sin juzgarlas, invitándolas a que nos deslumbren con su sola presencia.
Creo que hay personas que pasan y se van, que pasan y nunca más vuelven. Pero, también, hay personas que pasan y se quedan, que pasan y transforman.
Hay algunos que, por diferentes razones, no nos ayudan a ser quienes somos, no sacan lo mejor de nosotros. Por suerte, también, hay muchos que nos hacen encontrar con un nosotros que ni siquiera conocíamos.
Hay muchas personas que, con una simple mirada, nos tranquilizan, nos alivianan la carga. Hay otras que, con sonrisa contagiosa y cómplice, nos recuerdan lo lindo que es vivir; esas de las que nos demuestran cariño con su sola presencia, que nos llenan el alma con tan solo estar.
Tengo varias de ellas en mi vida, por suerte. Aunque pienso: ¿será por suerte?, ¿será por casualidad? No, porque no creo que la casualidad exista. Yo creo que hay “algo”. Hay “algo” que hace que yo, Catalina, me encuentre con vos, persona. Hay algo mucho más grande y más poderoso que cualquier casualidad, que hace que yo conozca, mire, reconozca a ese ser. Algo que hace que yo quiera a esa persona formando parte de mi vida.
Como antes decía, hay tantas en mi vida que no puedo hacer más que dar gracias. Hay personas que realmente me sostienen, me acompañan. Personas que caen conmigo, o me ven caer, pero que me ayudan a levantarme.
Lo que pienso es: ¿qué hago yo con tanta vida, fuerza, luz regalada? ¿Acaso puedo quedarme con esa gigantesca vida dentro de mí? Evidentemente no, no sería del todo útil. Pienso que yo, con semejante regalo, tengo que hacer feliz a otro, hacer sentir al otro agradecido.
Antes de emprender esa ardua tarea de ser uno el que haga sentir bien, tranquilice, contagie, recuerde lo lindo que es vivir, creo necesario agradecer el regalo. Pero no agradecer “al aire”, sino generar encuentro con aquellas luces que nos van dando nitidez. Generar encuentro para decir: “Cuánto bien me hacés”, “Cuánto me ayudás” “Un placer tenerte conmigo”. Generar encuentro para decir “Gracias por no dejarme nunca solo”, “Gracias por acompañarme en esto”, “Gracias por estar”.
En este mes, me invito a esto y te invito a esto.
Que podamos dejar de lado la timidez y el “qué pensarán de mí” para poder plantarnos frente a nuestras personas especiales y agradecer. Diciendo, quizá, “Gracias por pasar y quedarte, gracias por pasar y transformar”.
Catalina Beccar Varela