“Afloja la tensión de tus manos y deja que se te escapen las riendas con las que intentas controlar a Dios“, podría decirnos el ciego de nacimiento.
Líbrate de tu obsesión por fiscalizar los “cómos” y dominar los “porqués” de Sus acciones: tampoco yo conseguí entender por qué untaba mis ojos con aquel barro espeso que parecía cegar aún más mis pupilas. Pero me fié de Su palabra, me dirigí a tientas a la alberca de Siloé, me lavé y, junto con el barro, se fueron mis tinieblas y me vi sorprendido por la Luz como en la primera mañana de la creación.
Acepta el desafío de creer que el barro puede ser portador de luz, confía en las manos de Quien lo aplica a Tus ojos, reconocete en la negativa farisea de aceptar que la luz pueda llegar por otro camino que no sea el de los propios candiles y lámparas.
Decide creer que Alguien sabe mejor que vos qué es lo que te cura y lo que puede hacer luminosa tu vida y no te contentes con conocerlo solamente por el sonido de Su voz y el roce de Sus manos: porque Él te sigue buscando para que puedas contemplar también el Rostro del que procede toda Luz.
Da fe a la Palabra que te asegura que tus carencias y cegueras no te encierran definitivamente, sino que pueden ser puertas abiertas para el encuentro y entrega tu fe y adoración a Aquel que no pasará nunca de largo por las cunetas de tus caminos.
Dolores Aleixandre