Suelo decir en broma que la escalera hacia la perfección no tiene más que un peldaño: el que subo hoy. Sin preocuparme ni del pasado ni del futuro, hoy me decido a creer, hoy me decido a poner toda mi confianza en Dios, hoy elijo amar a Dios y al prójimo. E independientemente del resultado de mis buenos propósitos, sean un éxito o un fracaso, al día siguiente -que es un nuevo hoy que me regala la paciencia divina- vuelvo a empezar. Y así incansablemente, sin intentar medir mis progresos y sin querer saber dónde me encuentro. Sin desanimarme por los reveses ni vanagloriarme de mis logros; sin contar únicamente con mis propias fuerzas, sino sólo con la fidelidad del Señor.
San Pablo describe así esta actitud fundamental de la vida espiritual: olvidando lo que queda atrás, persigo lo que está delante, lanzándome hacia la meta, hacia el premio de la excelsa vocación de Dios en Cristo Jesús… Cualquiera que sea el punto al que hayamos llegado, caminemos en esa misma dirección.
Todos los santos han puesto por obra esta actitud, de la que Santa Teresita es un claro ejemplo: «¡Oh, Jesús!, para amarte no tengo nada más que el hoy».
Jacques Philippe