A todos nos falta una tecla

domingo, 2 de abril de
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Todos somos máquinas de escribir a las que les falta alguna tecla pero si nos juntamos escribiremos palabras cuyas letras aún no están en el abecedario.

 

El escritor Andrés Trapiello contó en una conferencia en la Fundación Juan March una anécdota que me hizo pensar. Estaba con unos amigos en El Rastro de Madrid –posiblemente el mercado callejero más grande y vivaz del mundo- y vieron a un hombre que vendía una máquina de escribir rota. Se acercaron al hombre y le preguntaron cuánto costaba. Al decir el precio les pareció caro y comenzaron a negociar con el vendedor aprovechando que le faltaban varias teclas. El hombre defendía su producto. -Sí, le faltan algunas teclas pero aún se pueden escribir muchas palabras con ella-, decía. Trapiello finalmente no la compró pero luego se arrepintió porque, concluía, a fin de cuentas, a todos nos falta alguna tecla.

 

Efectivamente, a todos nos falta alguna tecla y pese a ello somos capaces de decir todavía muchas palabras. Algunas palabras nos cuesta decirlas: “te quiero”, “compartamos”, “toma”, “no puedo”, “me duele”, “no sé”, “necesito”, “unámonos”, etc. Nos faltan teclas. Aquella máquina de escribir de El Rastro no tenía la “i”, la “t”, la “r” ni la “q”. A nosotros nos faltan también teclas. A cada uno, unas diferentes. Quizás nos falta la tecla “perdón”, está rota la tecla “gracias” o sólo tenemos la mitad de la tecla “consenso”. Pero aún podemos escribir muchas palabras, pese a nuestras limitaciones.

 

En política, en educación, en el trabajo social o en la Iglesia, podemos escribir mucho a pesar de que algunas palabras aún no somos capaces de pronunciarlas. En vez de “reconciliación” escribimos “y tú peor”; en vez de “servicio” ponemos “a cambio de qué” o cuando queremos escribir “profundidad” sólo tenemos teclas para que se lea “distracción”. Nos pasa constantemente. Nadie tiene todas las letras.

 

Todos somos máquinas de escribir rotas y tenemos que aprender a vivir con nuestras limitaciones. Los participantes en los Juegos Paralímpicos pueden ser nuestros maestros. Una  persona sin brazos juega al ping pong con la raqueta en la boca. Otra persona ciega bate los récords de lanzamiento de disco. Otra sin piernas salta ocho metros. Muchos otros ejemplos los encontramos entre la gente que sufre la exclusión social. Una persona sin hogar tras treinta años de calle sin contacto con su familia consigue un piso y lo primero que hace es llamar a su madre para que vaya a cenar a su nuevo hogar. Una mujer prostituida logra liberarse, recobra la confianza en los hombres y se enamora. Y otros muchos ejemplos están a nuestro alrededor. Un político que puede perder votos prefiere apostar por el consenso. Un arquitecto al que pueden despedir se niega a firmar un contrato amañado en un ayuntamiento. Un alumno en el que varios colegios han fracasado gana un premio literario. Si a nuestro mundo nos faltan letras, pidámoselas prestadas a ellos, a los que supieron perder y aprender.

 

Podríamos resignarnos a no poder pronunciar algunas palabras. Podríamos caer en el pesimismo y pensar que nuestras sociedades nunca lograrán escribir en la realidad la palabra “Solidaridad”, “Justicia”, “Sostenibilidad”, “Sabiduría”, “Confianza” o “Bien Común”. ¡Cuántas teclas le faltan a nuestra sociedad para poder escribirlas bien!

 

Pero podemos hacer algo incluso mejor que tratar infructuosamente de tener cada uno todas las teclas. A mí me faltan unas teclas y a ti otras cuantas pero si juntamos nuestros teclados, podemos escribirlas todas. Todos somos máquinas de escribir rotas pero juntos descubriremos palabras cuyas letras aún no están en el abecedario.

 

Fernando Vidal

 

Oleada Joven