No temas a la bondad y a la ternura

martes, 11 de abril de

“Iban de camino, subiendo hacia Jerusalén. Jesús iba adelante y ellos se sorprendían; los que seguían iban con miedo. Él reunió otra vez a los Doce y se puso a anunciarles lo que le iba a suceder”

Mc 10,32

 

Me dices que no tenga miedo. Y quiero oírte. Quiero no temer el conflicto, la exigencia, la oposición, la cruz. Aunque no siempre es fácil, porque asusta equivocarse. Optar con demasiada radicalidad. Descubrir, un día, que no tenemos dónde reclinar la cabeza. Asusta dejar de sentirte. Asusta que me pidas demasiado y me desinstales de todas mis seguridades. No quiero temer, Señor.

 

 

“Por el contrario, el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad” Gal 5,22

 

¿Por qué habría de asustarme la bondad? ¿Por aquello que dicen muchos de que ser bueno es ser tomado por tonto? Tal vez del bueno se aprovechen los malos, los egoístas, los injustos. Pero prefiero fiarme, y elegir el camino del bien. El camino que me conduce a los otros y a Ti. Bondad es querer el bien de los otros (Benevolencia); Bondad es hablar con justicia, con verdad, con empatía, de los otros (Bendición); es desear la felicidad en los espacios donde esa felicidad es más necesaria, más urgente y más debida (Bienaventuranza). Aquí están mis manos, mi corazón, mi vida, para ser artífice de la bondad. Hoy, aquí y ahora, en mi casa, con mi familia, en clase, en distintos momentos y lugares…

 

“Si algo puede una exhortación en nombre del Mesías, o un consuelo afectuoso, o un espíritu solidario, o la ternura del cariño, colmad mi alegría sintiendo lo mismo, con amor mutuo, concordia y buscando lo mismo.”

Flp 2,1-3

¿Es la ternura un límite? ¿Es bajar la guardia y mostrarme vulnerable? Puede ser. Tal vez en nuestro mundo sea más prudente aislarse tras un muro de indiferencia, de frialdad, de distancia. Pero, en el evangelio, me invitas a aprender de Ti, Señor… Y te veo tocando a los heridos, acariciando a los leprosos, levantando del suelo a los caídos, riéndote en la mesa, rodeado de gente cercana. Te veo pasar el hombro por el brazo del amigo, consolar al que llora. Te veo mirando a la gente a los ojos y adivinándoles las heridas de dentro. Y entonces quiero ser como tú, Señor. Quiero abrir los brazos y la entraña, para hacer de mi vida un espacio de encuentro, de mis ojos un faro en la noche, de mi palabra un canto en la tormenta.

 

Fuente: pastoralsj.org

 

 

Oleada Joven