Sufrir… y saber sufrir

jueves, 3 de agosto de

Es muy dificil hacer comprender que el sufrimiento no siempre es una cosa mala o desagradable, sino que, por el contrario puede tener muchas ventajas y producir beneficios.

 

No todos los infortunios son una maldición, pues con frecuencia es bendición la adversidad.

 

Los obstáculos vencidos no sólo nos enseñan, sino que nos fortalecen para futuras luchas.

 

De ahí que sea necesario saber sacar bien del mal, pues si es triste sufrir, es mucho más triste no saber sufrir, o sufrir sin mérito alguno.

 

Si es hermoso sufrir sonriendo, es muy triste saber sufrir con el corazón amargado.

 

Mi afán es éste: ya que no puedo impedir que sufras, deseo quitar la amargura de tu corazón, a fin de que puedas llegar a sufrir sonriendo.

 

Cuanta razón tiene monseñor Fulton Sheen cuando escribe: “No hay nada más trágico en el mundo, que el dolor malgastado”.

 

Tú que sufres, no malgastes tu dolor.

Enriquécete con él.

Santifícate.

 

De ahí que sea necesario saber distinguir entre sufrimiento y sacrificio.

O si prefieres que te lo diga de otra forma, digo que es imprescindible hacer que el sufrimiento se convierta en sacrificio, es decir, en algo meritorio.

 

Hermano mío. trata de entender esto: el sufrimiento es universal y puede con mucha facilidad convertirse en sacrificio.

 

Cristo nos redimió por la cruz, con la cruz y en la cruz.

Las monedas no de oro, sino de cielo, con las que fue comprada nuestra alma son: las lágrimas del Niño Jesús en Belén, su sangre en Getsemaní, sus azotes, sus espinas… su cruz.

 

Pero… hermano que sufres, para que esas monedas sean valederas y no falsas, para que tengan circulación allá en el cielo, es preciso saberlas valorar.

 

Por lo mismo deseo hacerte reflexionar que no debes confundir sufrimiento con sacrificio.

Son muchos los que confunden ambas cosas y por eso no llegan a entender ni la razón de ser del sufrimiento, ni la acción redentora del sacrificio.

 

Porque el que redime, eleva, santifica, y nos hace merecedores del cielo no es el sufrimiento, sino el sacrificio.

 

Y si son muy pocos los que se sirven del dolor como trampolín para subir al cielo, es porque son muchos los que sufren, pero son pocos los que se sacrifican. Para que tú, hermano mío, no desperdicies tu sufrimiento y sepas convertirlo en sacrificio, piensa un momento esta idea:

 

El sufrimiento es universal.

Y el sufrimiento nunca está lejos del sacrificio.

 

El dolor de muelas de un santo no es diverso del dolor de muelas de un pecador; lo que hace la diferencia entre el sufrimiento del último y el sacrificio del primero, es el amor a Dios.

El sacrificio sin amor a Dios es solamente sufrimiento.

El sufrimiento con amor a Dios llega a ser sacrificio.

 

“El monje trapense que se levanta a las dos de la mañana para orar por los pecados del mundo, está sufriendo las mismas molestias, que experimenta la persona víctima del insomnio que se levanta para tomar una bebida calmante; pero cuánta diferencia en la actitud de ambas almas” (Fulton Sheen).

 

Hay que cascar la nuez para saborearla.

Y en la vida espiritual la cruz debe preceder a la corona.

Con el dolor que Dios está permitiendo en tu vida, quiere descubrir tu verdadero valor y prepararte para el premio que te tiene reservado.

 

Acepta ahora tu dolor, pero no desesperes; recuerda el premio que con él merecerás.

Si el grano de trigo, no muere, queda infecundo.

¿No quieres ser grano de trigo, morir por el dolor y dar espigas bien granadas?

¿No quieres que tu vida sea todo un trigal? (José María Escrivá).

 

¡Qué felicidad cuando van brotando las azucenas a los pies de los altares de Cristo, nutridas con savia y transfusiones de sangre del Redentor!

¡Y qué felicidad cuando las almas se abren a las suaves influencias de la gracia, merced a los golpes del dolor!

 

No todo ha sido consumado, si el amor no ha subido todavía la cuesta del Calvario. Los sufrimientos son las alas con las que volamos al cielo. (San Cipriano)

 

Santa María Teresa Ferreyra (religiosa de la congregación nuestra Señora del Huerto) supo sintetizar la doctrina del sufrimiento en estas etapas:

 

* Sufrir

* Saber sufrir

* Amar el sufrimiento

* No hacer sufrir

* Consolar al que sufre.

 

 

Tú que sufres, puedes malgastar tu sufrimiento, si no sabes sufrirlo… o puedes hacerlo muy meritorio, si eres capaz de sufrirlo por amor a Dios.

 

En ese sufrimiento dejamos las escorias de nuestras pasiónes y nuestro egoísmo.

Hermano: si haces un breve examen de tu vida, podrás quizás ver, que en los momentos de felicidad, en los que la vida te brinda toda su alegría… en aquellos días de sol en los que todo era bienestar y ausencia de preocupación, cuando todo te salía bien… tenías paz.

 

Pero incluso en las épocas en las que te entregaste al trabajo de tu hogar, o al apostolado de tu parroquia, y lo hiciste con dedicación y amor… no pudiste encontrar paz o sentias a lo mejor vacíos aunque pareciera todo ir bien… en esas instancias quizás la linea de tu vida no era tan recta; en ella podrías ahora descubrir muchas desviaciónes en tu intención; quizás te buscaste mucho a ti mismo en los demás, en vez de buscar a Dios que mora en los demás para encontrarte a ti mismo. Y ahora, con el dolor que Dios te ha permitido se van rectificando todos los caminos tortuosos. El dolor te ha descubierto a Dios en ti y en tus prójimos.

 

¿Sabes por qué es necesario todo ese dolor? porque en el interior de ese edificio que te construiste y a medida que se van rompiendo tus muros, aparece la verdadera figura tuya, aquella por la que eres imagen y semejanza de Dios.

 

Cae pues, de rodillas ante la presencia de tu Padre Dios.

Dile que no solamente no rechazas el sufrir, sino que le agradeces el dolor que te ha enviado.

Y con lágrimas en los ojos, pero al mismo tiempo con una sonrisa en tus labios, besa la mano de Dios y siente su paternal corazón.

 

 

“Felices los que lloran” por Alfonso Milagro.

 

Noelia Viltri