Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
“Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.”
Palabra de Dios
P. Javier Verdenelli Sacerdote de la Arquidiócesis de Córdoba
A partir de hoy, inicio de la 10ª Semana del Tiempo Ordinario, hasta final de la 21ª Semana del Tiempo Ordinario, los evangelios estarán sacados del evangelio de Mateo, escrito para las comunidades de judíos convertidos de Galilea y Siria, donde Jesús es presentado como el nuevo Moisés, el nuevo legislador.
Recordemos la respuesta del Papa ante la pregunta de un joven: «¿Qué tenemos que hacer, Padre?», Francisco le respondió: «Mirá, lee las bienaventuranzas que te van a venir bien. Y si querés saber qué cosa práctica tenés que hacer, lee Mateo 25, que es el protocolo con el cual nos van a juzgar. Con esas dos cosas tienen el programa de acción: las bienaventuranzas y Mateo 25. No necesitan leer otra cosa» (Catedral de San Sebastián, Río de Janeiro, jueves 25 de julio de 2013).
Y ¿por qué las bienaventuranzas? Porque en ellas está contenida toda la perfección de nuestra vida (tota perfectio vitae nostrae continetur), como ya decía San Agustín, tanto individual como social. En ellas el Señor nos explica su programa, su promesa y la retribución que Él nos dará, para satisfacer nuestra felicidad, aquello a lo que naturalmente aspiramos con todo nuestro ser y obrar. En suma, ellas explican e indican el camino y el premio final, o sea la recompensa de Dios que es en lo que consiste la verdadera felicidad. Felicidad a la cual todos aspiramos tanto personas que como pueblos, pero sólo merecen los pueblos e individuos que siguen y persiguen con perseverancia en el ejercicio concreto de su vida, las Bienaventuranzas.
Así, mientras Moisés pone los mandamientos como protocolo de la alianza, Jesucristo promulga las bienaventuranzas sobre todo otro protocolo, como síntesis, reducción y obligación libre de la vida cristiana. Mientras Moisés promete bienes temporales a sus secuaces, Cristo funda, por la primera vez en la historia, la felicidad en la vida de filiación divina que tiene su cumplimento en la vida eterna, o sea en el “reino de los cielos”, que es la recompensa de las beatitudes.
No nos olvidemos que Dios quiere que por sobre todas las cosas seamos Felices.