Evangelio según San Lucas 7, 1-10

viernes, 9 de septiembre de
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Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor.

 

Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: “El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga”. Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: “Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.

 

Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: ‘Ve’, él va; y a otro: ‘Ven’, él viene; y cuando digo a mi sirviente: ‘¡Tienes que hacer esto!’, él lo hace”. Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: “Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe”. Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.

 

Palabra de Dios

 

 


 

Padre Javier Verdenelli sacerdote de la Arquidiócesis de Córdoba 

 

En el cap. 7, Lucas nos ayuda a aceptar la llamada dirigida a los gentiles, a quienes no pertenecían al pueblo judío, para unirse a la fe en el Señor Jesús.

Dos veces Lucas pone en boca del centurión las palabras “no soy digno”, que ayudan a comprender el gran paso que llevan a Jesús a admirar la fe de este personaje que pide y luego admite su presencia y ayuda en su dolor. Él se siente indigno, incompetente, inadecuado, como la expresión de las dos palabras griegas usadas aquí. Tal vez el primer gran avance en el camino de fe con Jesús es: el descubrimiento de nuestra gran necesidad de él, su presencia y la conciencia cada vez más seguros de que por sí solos nada podemos porque somos pobres, somos pecadores y así aceptar la llegada del Reino.

 

Ahora “basta que sólo diga una palabra” para dar el gran salto, el gran paso de fe. El centurión ahora cree de forma clara y serena confianza. Mientras Jesús caminaba hacia él, él también estaba haciendo su camino en el interior, estaba cambiando, se estaba convirtiendo en un hombre nuevo. Primero aceptó la persona de Jesús y luego también su palabra. Porque él es el Señor y, como tal, su palabra es eficaz, real, de gran alcance, capaz de operar lo que dice. Todas las dudas se han derrumbado, todo lo que queda es la fe y confianza no en la curación, sino en la salvación que trae Jesús.

 

 

Animémonos a seguir con el corazón, los pasos del centurión romano a la propuesta de abrirnos a la fe para hacer más fuerte nuestra plena confianza en la Palabra de Dios.

 

Nos preguntamos: La misericordia del centurión hacia su sirviente es lo que abre su corazón a la presencia real de Jesús, ¿qué situaciones de la vida de los que me rodean me ayudan a tener esa misma experiencia para dar el gran salto de la fe?

 

 

 

Radio Maria Argentina