Nadie estuvo más solo que tus manosperdidas entre el hierro y la madera;mas cuando el pan se convirtió en hogueranadie estuvo más lleno que tus manos.
Nadie estuvo más muerto que tus manoscuando, llorando, las besó María;mas cuando el vino ensangrentado ardíanadie estuvo más vivo que tus manos.
Nadie estuvo más ciego que mis ojoscuando creí mi corazón perdidoen un ancho desierto sin hermanos.
Nadie estaba más ciego que mis ojos.Grité, Señor, porque te has ido.Y Tú estabas latiendo entre mis manos.
José Luis Martín Descalzo