Que no se pierda un brote de alegría, que siempre en nuestras vidas haya algo que celebrar, que no se acabe el vino de la fiesta, que las inolvidables canciones nunca dejen de sonar. Pues la vida, para Dios, es una boda en la que quiere unir a todos sin final.
Vengan mayores y niños, acérquense los que están lejos, rían los tristes, coman sin vergüenza los hambrientos. Que en las bodas de Dios no hay invitados, pues todos somos familia y unos de otros hermanos. Ya no importa quien se case, pues Dios quiere prender en todos esa chispa del amor más suyo, sin gusto por los buenos y los sanos Y amante del enfermo y del más malo.
Sí ya se, Señor, que en nuestras manos todo se estropea, también lo bueno se pierde, se tuerce, se desparrama. Y ni siquiera para aquello que anhelamos, encontramos el camino que nos lleve. Es el primitivo empeño humano de preferir siempre hacer las cosas solos, de querer ser amos y señores de aquello que el amor nos ha entregado. Absurda estupidez, codicia humana, pues somos una triste coladera que reteniendo la espuma de la vida, dejamos escapar lo que la llena: El encuentro de los unos con los otros y el cuidado sosegado de lo herido.
Quisiera como Tú estar siempre atento, e inyectar más amor al que más solo vive, al que ya no se quiere, o que ya no confía. Quisiera como Tú rellenar de proyectos la maleta vacía de quien vive sin ganas, y cambiar en dulzura ¡tanta y tanta amargura humana! Porque la vida no es un valle de lágrimas, es un tesoro encontrado que solo lo gana el que ofrece y que solo lo pierde el que guarda.
(Seve Lázaro, sj)