¡Aprendí a pedir todos los días la Gracia de poder amar más y más aún cada día!
¿Cómo dejar a quienes Dios utilizó como instrumentos para que aprendiera a amar? ¿Cómo saber si sé amar, si aprendí? ¿Mi corazón ama? ¿Fui fiel a esta Misión?… son preguntas que me hice durante todos estos meses y creo que perdurarán toda mi vida, preguntas que me conducen a una última pregunta, a la realidad de hoy: ¿Qué aprendí con Puntos Corazón? Y delante de Jesús Eucaristía, como un mendigo frente al mundo, aprendí a pedir todos los días la Gracia de poder amar más y más aún cada día, a pedir que mi corazón se dilate y se deje transformar por Él.
Aprendo a amar por y en Cristo, fuera de Él no se puede hablar del Amor, fuera de Él no existimos. Por su Gracia puedo amar a las personas, personas que nunca imaginé, que no conocía, rostros extraños, que ahora llamo Amigos. Puedo amar a la niña con el rostro y las manos sucias, al niño travieso, a la niña que siempre pide mi atención, al niño que quiere jugar siempre a lo mismo, a la niña tranquila… Puedo amar al joven que nos visita durante las permanencias y al que no viene muy seguido, puedo amar a la joven que vende su cuerpo y al joven que se droga, puedo amar al joven que trabaja y a la que estudia… Puedo amar a la señora que siempre nos saluda en la calle, al señor que se queja porque no lo visitamos seguido, a la madre que da la vida por sus hijos, al hombre que trabaja sin cesar por su familia, a la mujer que es maltratada, al hombre alcohólico de la esquina… Puedo amar al abuelo que cuenta siempre la misma historia, a la anciana que está postrada en su cama, al anciano que juega con sus nietos en el parque, a la abuela que está siempre alegre… Con su Gracia sí puedo, por Dios todos somos amados en la misma medida y humanamente es nuestro desafío dejar los juicios de lado y amar como Él nos ama.
Ahora digo a mis amigos de Perú, lo mismo que dije a mis seres queridos al partir: “los dejo en Sus Manos y mejor lugar que ese no existe…” Soy feliz por todo lo vivido aquí, los llevaré siempre conmigo, “…sus rostros sellados en mi corazón…”. ¿Cómo olvidarlos? No, no, en su amor no hay olvido, no hay un adiós, porque nos volveremos a encontrar por siempre jamás en la Vida Eterna, junto a Dios y a Nuestra Madre la Virgen María.
Me he encontrado con Dios, con un Dios vivo, sencillo, humano, cotidiano, con Dios pobre, encarnado en tantos rostros, ¿cómo haré para dar a conocer este encuentro vivido? decir a mi Familia, mostrar en la Parroquia, con los amigos, con todos los seres queridos, ser testigo de este Amor; porque no puedo continuar mi vida como si nada hubiera ocurrido, Alguien me aconteció, me dio algo que yo creía poseer hace años, desde antes de nacer, desde el vientre de mi madre, desde la primera vez que mis padres me miraron a los ojos; pero realmente no lo poseía, era una idea, un sentimiento, costumbre, tradición tal vez, puedo decir que aquí en Perú, Dios me dio la Fe, poder creer con todo el corazón, con toda mi memoria.