La sociedad ya casi no toma conciencia de lo que representan los medios de comunicación en la cultura y por lo tanto en sus vidas porque estos ya no son buscados de vez en cuando para saciar una sed de entretenimiento, pasar un momento de ocio o informarse, estos han sido introducidos en la vida cotidiana de las personas. La televisión ya no es la única privilegiada e incluso ha sido algo desplazada, los nuevos soportes más pequeños y accesibles como teléfonos o computadoras funcionan la mayor parte del día (o todo el día) abasteciendo al individuo de información que tal vez antes no tenía hasta llegar a casa y prender el televisor.
Es entonces que los medios, en todos sus formatos, tienen un papel más que importante en la sociedad, a través de ellos nos enteramos las noticias, recordamos acontecimientos, sabemos lo que está de moda y llegamos a conocer lugares que no podíamos imaginar. Con esto llegan los deseos, los anhelos, que Jean Baudrillard exponente del Estructuralismo, critica como un “fetichismo simbólico” donde los objetos son valorados como signos y no como objetos, aquello que vemos en los medios tendrá mucho más valor. Por esto es que hoy las redes sociales son tan cuestionadas ¿Somos lo que muestra nuestro perfil o buscamos parecernos a ciertos estereotipos creados por la sociedad?
Si nos ponemos a analizar porque subo una foto o cual es mi necesidad de “contar” a través de las redes donde o que estoy cenando, podemos llegar a una conclusión no muy lejana a la de este autor que nos dice que la cultura de masas “ha conseguido armar un perfecto orden de simulacros que en la comunicación mass mediática se sacralizan y ritualizan”.
Roland Barthes, otro afamado exponente de esta corriente, plantea por ejemplo que los medios representan a la sociedad de consumo, a sus estructuras y funciones y en este sentido son portadores y difusores de una ideología que favorece el consumo de símbolos. Tal es el caso que puede verse en este momento donde por los medios circula una publicidad de una conocida marca de automóviles en que se invita al receptor a imaginarse viviendo en una “meritocracia” y se muestra como hombres y mujeres trabajan en oficinas en edificios grandes y lujosos, bien vestidos, que viajan, cenan y tienen autos de alta gama porque se lo merecen ya que todo lo que tienen es por mérito. Por lo tanto el que no lo tiene es porque no lo merece o no hizo lo suficiente para tenerlo. Esta idea se instala gracias a que previamente ya existe un estereotipo marcado por los medios y aceptado por la sociedad, donde esta vida de lujos, esta forma de vestirse y de comportarse son de personas exitosas, por lo tanto felices y esto es lo que debemos obtener.
En esta sociedad, que busca desesperadamente alcanzar aquello que nos dicen nos hará feliz, no es raro que el estrés, la ansiedad y la depresión sean denominadas las enfermedades del siglo, las enfermedades de los verdaderos meritòcratas, incluso en los países denominados “del primer mundo” en donde predomina este estilo de vida es donde más presencia tienen estos trastornos, en Estados Unidos, por ejemplo, la prevalencia supera el 25%.
Esta “vida perfecta” planteada y promulgada a través de los medios de comunicación no solo logra enfermar a quienes se deciden a correr tras este estándar de vida que nos promete plenitud- como quien decide inscribirse en una carrera donde todo valdrá para alcanzar el objetivo. Trabajar más tiempo, resignar relaciones amistosas y familiares, competir con compañeros, tomar atajos aun en contra de propios valores, etc. todo por llegar- también de alguna manera busca hegemonizar a la sociedad. Aquel que logra este nivel de vida ideal es porque hizo las cosas bien y por esto goza de un lugar privilegiado.
Esta idea intenta separar, generar competencia, de manera furtiva nos dice que hay personas que valen más que otras y a su vez nos grita en la cara el famoso y pobre discurso del “si no tiene es porque no quiere” tan peligrosamente instalado en la sociedad. Nos encierra en el egoísmo, en la búsqueda de la autorrealización, dejando de lado al hermano y a Dios. Yo solo puedo.
¿Qué es la meritocracia entonces? Es esa idea impuesta que nos hace ir detrás de un título, de un aplauso, de un cargo, a veces sin estar seguros si es lo que realmente queremos, en muchos casos a costa del dolor propio o ajeno, se debe sufrir, perder, llorar, no para aprender sino para tener.
¿Quién mide el mérito? ¿Qué –o quien- nos hace creer que tu esfuerzo es mayor al mío? Que merezco más o menos. Un spot no puede hacerle pensar a una persona desempleada que no merece un trabajo o a un padre de familia que no merece llevar de vacaciones a sus hijos.
En una sociedad cada vez más individualista esta publicidad, tristemente, puede ser un himno. Caemos en los errores de las primeras comunidades que en su falta de comprensión corrían detrás de falsos ídolos, y así los becerros de oro se convirtieron en cuentas bancarias y los amuletos en autos, casas o vestimenta.
Pero cuando alguien se levanta de madrugada para ir a trabajar, cuando lleva a sus hijos a la escuela, cuando le da una taza de azúcar a un vecino o un kioskero le fía al que todavía no cobró la changa, cuando nos solidarizamos frente a una desgracia, cuando no elegimos, no miramos, no juzgamos, cuando damos todo, sin buscar recompensa, sin mirar a quien, solo damos, solo actuamos, podemos ver los verdaderos méritos, los méritos del amor.No es la conciencia de los seres humanos lo que determina su ser, escribió Karl Marx, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia.