La Hna. Cecilia, una Carmelita descalza que ha dejado huellas

jueves, 13 de octubre de
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Testimonio vocacional de Hermana Cecilia María de la Santa Faz

 

“Señor yo soy feliz

a la sombra de tus alas”

 

Algunos tal vez se pregunten cómo una persona, una mujer se pudo meter de monja, Carmelita descalza (de clausura para colmo) ¡de esas que viven encerradas!

 

¿Qué habrá pasado por su cabeza y por su corazón para tamaña decision? A mis padres, hermanos, a mi abuela, a mis parientes y amigos traté de explicarles con toda mi ciencia y la que no tenia también. Después de 10 años de Carmelita me animo a contarles a ustedes…

 

Todas las historias del llamado de Dios a las almas son maravillosas. Así como cuando subimos a una montaña y descubrimos paisajes únicos que se nos quedan grabadísimos. Y que por más que saquemos fotos buenísimas, no es lo mismo mostrárselas a otro que haberlo vivido. Por más que uno intente contar, quedarán mil matices para el alma y para Dios.

 

Desde chica soñé con casarme, en otras edades pensaba:”¡o monja o casada, soltera nunca!” Incluso a los 15 años estuve enamoradísima de un chico, pero el Señor me atajaba y siempre me hacía desear algo más, un “no sé qué”. Para que se rían, en Quinto año, ya tenia la Capilla, aunque faltaba la materia prima concreta. Dios se valió de un profesor de Teología que en sus clases, todo me hablaba de Dios. Todo me hacía tener deseos de cielo. Empecé a ir a misa todos los días, iba con una amiga especialmente, siempre nos encontrábamos con amigos a la salida. Yo estaba contentísima fuéramos tantos.

 

Comencé a tener mis ratos de oración, a rezar el Rosario (que me parecía aburridísimo) ¡pero yo quería querer a la Virgen!

Este mismo profesor nos hizo conocer y amar a Santa Teresa de Jesús, la de Ávila. Me quedé fascinada por su intimidad con Cristo, porque en el libro de su Vida, aunque yo no supiese rezar, me hacía rezar con ella. Me hacía mirar a Cristo. Me enseñaba a hacer oración, que dicho con sus palabras es “Tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”. Y también una frase muy suya que a mí me encantaba, que para estar con el Buen Jesús, no hace falta quebrarse la cabeza, que Él no es amigo de que nos rompamos la cabeza, sólo goza con nuesro cariño y compañía.

 

Con otra amiga soñábamos con viajar a Europa, jugamos una vez al Loto o al Quini 6.

Tal vez, adivinando mis deseos, mi abuela me invitó ese año a viajar al viejo continente y me pagó una excursión. Por nada del mundo quería dejar de ir a Ávila (aunque no entrase en la excursión). Quería ir a donde Santa Teresa vivió –Madre del Carmelo Descalzo-, pero de monjas, no se me había ocurrido nada.

 

Era un 31 de diciembre, unos amigos se ofrecieron para llevarme. Primero iríamos a Segovia. No sabía que allí estaba enterrado San Juan de la Cruz (Padre del Carmelo). Cuando casi de “casualidad” vi el cartel, pedí por favor me dejaran bajar a sacar unas fotos. Y allí sobre su tumba, pedí con todo el fervor y la ansiedad de mi alma, me diera luz sobre mi vocación. Pero bueno, la verdad no sentí me respondiera nada. Cuando llegamos a Ávila eran las seis de la tarde, pleno invierno, ya casi de noche. Fuimos al Monasterio de la Encarnación, me crucé con unas chicas encargadas del museo que iban a devolver las llaves a las monjas. La portera viendo mi aficción me hizo señas que las alcanzara.

 

Entraron en un lugar todo de piedras (porque la construcción es muy antigua, del mil quinientos y pico), ¡un frío de congelarse!, y hablaban a través de una madera –después aprendí que se llama torno- con una monjita simpatiquísima. Pero a ella no se la veía, solo se escuchaba su voz. Les dije a las chicas que le pidieran por favor que se quedara, que yo quería hablar con ella.

 

A mí me hizo el efecto como si hubiera hablado con la misma Santa Teresa. Sólo que me puse a llorar y llorar. Las dos amigas que entraron conmigo, me dejaron a solas.

La monjita que se llamaba “Teresa de Jesús”, me dijo que ella me veía “una vocación tan clara como el agua, que no esperase que me lo viniese a decir un ángel al oído…”

 

Interiormente, mientras lloraba, sentí que el amor infinito de Dios, se me ofrecía todo entero. Así como si te enteraras de repente todo el amor que te tiene una persona que vos querés mucho. Pero que nunca jamás te hubieras imaginado que TANTO, TANTO. Me sentí muy chiquitita, y como con vergüenza de sentirme amada de esa manera, pero a la vez con una felicidad muy grande y muy dulce, de esas que no se pueden describir.

 

Ahora con el paso del tiempo, que soy cada vez mas consciente de mis defectos y limitaciones, que no me conocía, más me impresiona el amor de Dios. ¡Que Dios me quiera tanto, así como soy!

 

Con estos signos y gracias de Dios, confieso no me bastaban para sentirme segura. Me anoté en fonoaudiología, rezando para que no me aprobasen, después me pase a letras.

 

A pesar de mis dudas e inseguridades, nunca se me planteó la duda si ser religiosa de vida activa o contemplativa. Yo quería ser de la Virgen (y me habían dicho que “el Carmelo es todo de María” y de Santa Teresa). Entré finalmente en un Carmelo de Buenos Aires, estuve 5 meses. La vida me gustaba, pero no me sentía en mi lugar. Con todo el dolor y la oscuridad de mi alma, salí pensando que el Carmelo había sido una ilusión mía y no un verdadero llamado de Dios. Pero a pesar de todos mis esfuerzos, no me podia sacar el Carmelo de mi cabeza. Entre tanto, la noche empezó a clarear y con tanto sufrimiento, se hizo la paz en mi alma. El Señor me revistió de fortaleza, me concedió la firme y serena certeza de su llamado. Esta noche oscura sólo duró 3 meses, pero mi espera para llegar a puerto, 3 años. Con esta certeza en mi alma, fui a golpear las puertas al Carmelo de Santa Fe, adonde siempre me sentí atraída.

 

Por lo que conocía de oídas, me atraía su pobreza, radicalidad y alegría, pero por sobre todo, el Señor que me lo hacía desear.

Mis padres me pidieron que estudiara y terminara una Carrera antes de volver a ingresar, a las hermanas también les parecía más prudente esperara, y mi padre spiritual que obedeciera el deseo de mis padres.

 

Fue otro regalo de Dios estudiar Enfermería, y haber estado junto al lecho de tantos agonizantes y enfermos. Por las dudas, cada año venía a golpear las puertas por si se arrepentían. ¡Mi obediencia no fue muy perfecta!

 

En esta espera toda mi canción era una poesía que escribió el Cardenal Newman, antes de su conversión (resumida)

 

“Llévame Tú, llévame Tú,

en noche prieta y densa estoy lejos de casa,

llévame Tú, llévame Tú.

No te pido ver confines ni horizontes.

Sólo un paso más me basta, hasta que la noche huya,

hasta que por fin estalle la sonrisa de los ángeles.

La que perdí, la que anhelo desde siempre.

Llévame Tú”

 

 

Por fin conseguí el diploma, y un 8 de diciembre la Virgen me recibió en su casa. Nuestro dulcísimo Jesús me ha regalado la perseverancia en estos años, y una alegría muy honda a pesar de mi pobreza, de pertenecer sólo a Él, de ser su esposa. De poder ayudarle en mi pequeñez, a salvar las almas de su pasión, de ayudar a sus ministros los sacerdotes, al Santo Padre y a la Iglesia, que peregrina en Santa Fe, y a nuestra pobre y sufriente Patria. Ahora me diría Santa Teresa Benedicta de la Cruz (otra gran santa Carmelita):

 

“Tú no eres médico ni enfermera,

ni puedes vendar sus heridas.

Tú estás recogida en tu celda y no puedes acudir a ellos. Oyes el grito agónico de los agonizantes

y quisieras ser Sacerdote y estar a su lado.

Mira al crucificado, unida a Él eres como el omnipresente… Con la fuerza de la cruz, puedes estar en todos los frentes,

en todos los lugares de aflicción.”

 

 

Espero me perdonen no haya sabido decir todo en menos palabras, valgan éstas como acción de gracias a las oraciones de tantos a quienes debo mi vocación. Empezando por mi “bisabuela” Josefina, como a las queridísimas Madres de la Encarnación, tantos sacerdotes y amigos, especialmente a mis padres, hermanos, y a mis madres y hermanas de esta comunidad que Dios me regaló.

 

Una pobre y feliz descalza,

que espera poder cantar cada día,

con voz más clara y ardiente

¡Las misericordias del Señor!

 

 

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(Este testimonio fue publicado en la Revista: De Posta! del Movimiento Encuentro de Cristiandad de la Arquidiócesis de Santa Fe, Argentina,en el año 2009.)

 

 

FUENTE: https://ceciliamariadelasantafaz.wordpress.com/

 

Noelia Viltri