EEUU: El enigma de Divina and Jhon

martes, 22 de noviembre de
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Hace un año cuando comencé a visi­tar nues­tra casa en Broo­klyn, me había sor­pren­dido el hecho de que cons­tan­te­mente tenían lla­ma­das tele­fó­ni­cas de Divina and Jhon. En octu­bre de este año, una fría mañana del invierno neo­yor­kino fuimos con Sr Katie a visi­tar estos amigos en Staten Island. Nos acom­pa­ñaba la abuela de Jonathan, doña Vir­gi­nia y una señora que la cuida. Lle­ga­mos a una ins­ti­tu­ción que es a la vez cárcel y hos­pi­tal psi­quiá­trico. Un lugar enorme que alberga a cien­tos de per­so­nas.

 

Jonathan no tuvo la vida fácil, sus padres murie­ron, nació con Sida, tiene un pro­blema mental y tam­bién cargos cri­mi­na­les bas­tante graves. A esto se le suma un cáncer que le des­cu­brie­ron recien­te­mente. Nos recibe con la ale­gría de un niño, abre todos los paque­tes que su abuela le trae, y mismo si no es la hora del almuerzo comienza a comer el arroz con chu­le­tas de cerdo que le tra­je­ron. Su abue­lita lo mira con cariño, en un momento ella me dice: “ni con­sigo creer lo que dicen que ha hecho”.

El asis­tente social que lo acom­paña viene para con­ver­sar con él y con doña Vir­gi­nia pues están inten­tando encon­trar un lugar más adap­tado para él. Sr Katie sirve de intér­prete para doña Vir­gi­nia que habla muy poco inglés. Jonathan dis­cute, hace bromas, pero se per­cibe que este cambio le da miedo. Un nuevo lugar, nuevas per­so­nas, siendo que aquí todos lo cono­cen, lo quie­ren y lo acep­tan tal cual es.

Con la her­mana los deja­mos un rato, solos, y atra­ve­sa­mos dos puer­tas cerra­das con llave para ir a ver a Divina. Ella tiene tam­bién pro­ble­mas men­ta­les y un pasado difí­cil en la calle. No tiene a nadie en el mundo sino nues­tra comu­ni­dad Punto Cora­zón a quien no cesa de llamar para dar noti­cias, pre­gun­tando por unos y otros. En los momen­tos más duros de su his­to­ria, muchas veces vino a gol­pear la puerta de nues­tra casa para pedir refu­gio. Se per­cibe que con el tra­ta­miento que toma está más equi­li­brada. Nos pre­senta bre­ve­mente a los otros pacien­tes, pues todos dan vuelta alre­de­dor nues­tro para mirar­nos, inten­tando de entrar en con­tacto. Vol­ve­mos al pabe­llón de Jonathan. La des­pe­dida con su abuela es muy con­mo­ve­dora, él la abraza como un niño y esta mujer, que parece tan frágil, se yergue con dig­ni­dad para con­so­larlo. Es como si él se empe­que­ñe­ciera aban­do­nán­dose en sus brazos y ella cre­ciera al estar de pie delante de su dolor.

 

Hace un rato de nuevo escu­ché el telé­fono y el nombre de Divina and Jhon volvió a reso­nar en la casa. Ya no son dos des­co­no­ci­dos para mí, son dos ros­tros que llevo en el cora­zón.

 

 

Hna Leticia.

 

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