“El Padre ama al Hijoy ha puesto todo en sus manos”.
El amor del Padre es poner todo en las manos del Hijo, todo él se pone allí, su paternidad, su cuidado, su ternura, su riqueza y abundancia: toda su herencia.
Lo que ese corazón espera, fue confiado a las manos del Hijo, ellas nos acercan así, lo que las manos del Padre pusieron. Esas manos certifican que Dios es Padre, Padre para siempre, padre de todos; nuestro Padre. Son manos, por tanto, que esperan, vacías y abiertas para poder recibir, para dejarse dar, para dejarse amar, y así permitir que el Padre sea su Padre.
Son manos que sienten, el peso de ese amor que el Padre lleva y quiere compartir. Único peso que alivia toda carga, en el peso del amor del Padre el Hijo se siente sostenido, tan amado, que amar no le pesa.
Así el Hijo trabaja amando y en el Amor descansa. Sus manos dan, aman, para hablarnos del Padre, de su Padre y nuestro Padre.
Nos hablan en las de aquel niño tierno que se sabe cuidado por María y José.
En las manos del joven que se pierde en el Templo y en las cosas del Padre halla todo otra vez.
En las manos que tallan muy despacio el silencio, y trabajan humildes en el fondo del taller.
En las manos que siembran de amor todo tiempo y esperan el momento en que comience a crecer.
En las manos que tienen ovejas en ciento, y dan a cada una, el valor de las cien.
En las manos que calman tempestades y vientos; y llaman e invitan a dejar para tener.
En las manos que saben de corazones hambrientos y multiplican los panes para darles de comer.
En las manos que sacian al que busca sediento, y le indican el pozo que ignora dentro de él.
En las manos que no temen tocar al enfermo y le sanan su lepra, conforme a su fe.
En las manos que sanan la vista del ciego y encaminan sus pasos, para que a Dios, vuelva a ver.
En las manos que levantan la niña del sueño, despertando a sus padres del descuido de ayer.
En las manos que enseñan, como lo hace el Maestro, sin temor a agacharse y lavar nuestros pies.
En las manos que entonces, Vino y Pan repartieron, y esa la noche de entregas, ponían todo al revés.
En las manos que oraron y con sangre pidieron: “hágase como tú quieras, mas no, como yo lo deseé”.
En las manos que mansas, las cuerdas unieron, y de amor acusadas, fueron ante el juez.
En las manos clavadas, fijas al madero, que allí nos dejaban una Madre a los pies.
En las manos que un día a la muerte vencieron y el triunfo mostraban invitando a creer.
En las manos que parten y repiten el gesto para enseñar al que huye, que el que espera es él.
Nos hablan en las manos que van al Padre de nuevo y subiendo nos dicen: “Hagan entonces, lo que me vieron hacer. Volveremos a vernos. En mis palmas los llevo. Estaré entre sus manos. Volveré otra vez”.
Javier Albisu sj