Jueves Santo: el camino de la comunión con Jesús

jueves, 24 de marzo de
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JUEVES SANTO

 

El camino de la comunión con Jesús

 

Juan 13, 1-15

 

“Los amó hasta el extremo”

 

 

Entramos en el Triduo Pascual

 

Con la celebración vespertina llamada “Misa en la Cena del Señor”, evocamos y hacemos presente la última cena de Jesús con sus discípulos antes de su Pasión. Así entramos en el corazón del año litúrgico, que es el gran Triduo Pascual.

 

Precisamente el triduo pascual se coloca en el centro del año litúrgico por su función de “memorial” de los eventos que caracterizan la Pascua “cristiana”. Como la comunidad de Israel, también la Iglesia mantiene viva la memoria de la misericordia de Dios que “pasa” continuamente por su historia y refunda su existencia como “pueblo de Dios” con base en esta perenne voluntad de reconciliación.

 

El centro de este “memorial” es el Misterio Pascual, la muerte y resurrección de Jesús. En la muerte de Jesús, Dios ha asumido la naturaleza humana hasta la muerte, “hasta la muerte de Cruz”. A través de ella, Jesús se convirtió en causa de salvación eterna para todos aquellos que le obedecen de hecho, la cruz de Jesús no se puede separar de la resurrección, fundamento de nuestra esperanza. Y este es nuestro futuro: “Sepultados… en su muerte, para que también nosotros vivamos una vida nueva”.

Todo esto se recoge en la gran Eucaristía que se celebra entre hoy y el Domingo de Pascua. Hoy hacemos “memoria” de aquella primera Eucaristía que Jesús celebró y al mismo tiempo la actualizamos como recuerdo del pasado, como presencia en el hoy de nuestras comunidades, al mismo tiempo de esperanza y profecía para el futuro.

El cuerpo y la sangre eucarísticos de Jesús nos asegura su presencia a lo largo de la historia. Es Jesús mismo quien establece de manera concreta, en la Eucaristía, la permanencia visible y misteriosa de su muerte en la Cruz por nosotros, de su supremo amor por la humanidad, de su venida continua dentro de nosotros para salvarnos y santificarnos.

 

 

Para profundizar en esto, se nos propone leer hoy el relato del “lavatorio de los pies” (Juan 13,1-15). Notemos que en la última cena, el evangelista Juan no habla de la institución de la Eucaristía, prefiere colocar aquí un gesto que indica el significado último de la Eucaristía, como acto de amor extremo de Jesús por los suyos, manifestación de un servicio pleno hacia los discípulos.

 

La última parte del evangelio de Juan se abre con una introducción solemne: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

El evangelista Juan nos ayuda a recorrer atentamente el último día de Jesús con sus discípulos. Así nos hace comprender que efectivamente ha llegado la “hora” tan esperada por Jesús, la “hora” ardientemente deseada, cuidadosamente preparada, frecuentemente anunciada. Es la “hora” en que manifiesta su amor infinito entregándose a quien lo traiciona, en el don supremo de su libertad.

 

Dos aspectos se ponen de relieve:

 

– Esta es la hora en que Jesús regresa a la casa del Padre: “había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre”. Él conoce el camino y la meta.

 

– Esta es la hora en la que Jesús da la máxima prueba de su amor: “los amó hasta el extremo”.

 

Juan señala que el amor de Jesús viene de Dios y es, por lo tanto, un amor gratuito y total. La cruz de Jesús será la manifestación de este amor divino, afecto supremo que ama hasta las últimas consecuencias, hasta el extremo de sus fuerzas.

El marco es el de la Pascua hebrea: “Antes de la fiesta de la Pascua”. En ella el pueblo de Israel celebra con gratitud los beneficios de Dios, quien lo liberó de la esclavitud y lo hizo su pueblo. Jesús lleva a su cumplimiento esta liberación, arrancando al hombre de la esclavitud del pecado y de la muerte y dándole la comunión plena con Dios.

 

 

El gesto simbólico del lavatorio de los pies muestra la significación de la entrega de su vida y el valor ejemplar que ésta tiene para todo discípulo. Este es un “signo” que revela un misterio mucho más grande que lo que una primera lectura inmediata puede sugerir.

El gesto contiene una catequesis bautismal y al mismo tiempo una enseñanza sobre la humildad, una ilustración eficaz del mandamiento del amor fraterno a la manera de Jesús: el amor que acepta morir para ser fecundo.

 

En la cena, donde el vivir en comunión encuentra su mejor expresión, pesa la sombra de la traición que rompe la amistad. Pero mientras el traidor se mueve orientado por el diablo, Jesús lo hace dejándose determinar por Dios. Lo que Jesús ha hecho y va a hacer, proviene de su comunión con Dios. Ahí radica la libertad que hará que la muerte que le aguarda sea realmente un don de amor.

 

El amor del pastor protegerá a los discípulos de un mundo que quisiera poder arrancarlos de la comunión de vida con su Maestro. Y aunque ellos lo traicionen, Jesús reforzará los vínculos con ellos y les ofrecerá un perdón pleno. Por lo tanto, lavar los pies constituye una promesa de aquel perdón que el Crucificado le ofrecerá a los discípulos en la tarde del día de la resurrección.

 

“Y se puso a lavar los pies de los discípulos”. Notemos los movimientos de Jesús. Para demostrar su amor:  se levanta de la mesa, se quita los vestidos (el manto), se amarra una toalla alrededor de la cintura, echa agua en un recipiente, le lava los pies a los discípulos y se los seca con la toalla que lleva en la cintura.

El lavatorio de los pies está enmarcado por el “quitarse” y “volver a ponerse” los vestidos. Este movimiento nos reenvía al gesto del Buen Pastor de las ovejas, quien se despoja de su propia vida para dársela a sus ovejas. De hecho, se puede notar que los verbos que se usan en el texto son los mismos verbos que se utilizan en el capítulo del Buen Pastor, cuando se dice que “ofrece su propia vida” y “la retoma”.

El despojo del manto y del amarrarse la toalla son, por lo tanto, una evocación del misterio de la Pasión y de la Resurrección, que el lavatorio de los pies hace presente de manera simbólica.  Jesús se comporta como un servidor (a la manera de un esclavo) de la mesa ya que su muerte es precisamente eso: un acto de servicio por la humanidad.

 

Así llegamos a entender que el lavatorio de los pies explica lo que sucede en el Calvario y contemplamos la manifestación del Amor Trinitario en Jesús que se humilla, que se pone al alcance y a disposición de todo hombre, revelándonos así que Dios es humilde y manifiesta su omnipotencia y su suprema libertad en la aparente debilidad.

 

 

La reacción de Pedro no tarda.  En el evangelio de Juan, Pedro representa al discípulo que tiene dificultad para entender la lógica de amor de su Maestro y para dejarse conducir con docilidad por la voluntad de su Señor. 

Pedro no puede aceptar la humildad de su Maestro: se trata de un acto de servicio que, según él, no está a la altura de la dignidad de su Maestro.
En la cultura antigua los pies representan el extremo de la impureza, por eso lavar los pies era una acción que solo podían realizar los esclavos. Pedro se escandaliza de lo que Jesús está haciendo y dicho escándalo pone en evidencia la distancia entre su modo de ver las cosas y el modo como Jesús las ve.

Jesús entonces le explica a Pedro que él ahora no puede comprender lo que está haciendo por él, pero en sus palabras le hace una promesa: “¡Lo comprenderás más tarde!”.  A la luz de la Pascua no se escandalizará más por todo lo que el Señor hizo por él y por los otros discípulos. Más bien, aquel gesto constituirá un comentario brillante al misterio de amor “purificador” de la Pasión: amor que los hace capaces de amor en la perfecta unión con Dios. De esta forma se podrá tomar parte en su propio destino.

 

La lectura hace la aplicación del lavatorio de los pies a la vida de los discípulos, para sugerir el estilo de la comunidad de los verdaderos discípulos: cómo debemos comportarnos los unos con los otros.

Precisamente aquél que es el “Señor y el Maestro” se ha hecho siervo por nosotros y por tanto la comunidad de los discípulos está llamada a continuar este servicio –a veces despreciables a los ojos del mundo- para dar vida en abundancia a los humillados de la tierra.

 

Este estilo de vida estará marcado por la reciprocidad, irá siempre en doble dirección, ya que se trata de estar disponibles para hacerse siervos de los hermanos por amor, pero también para saber acoger con sencillez, gratitud y alegría los servicios que otros hacen por nosotros. 

 

Juan subraya que tal servicio será un “lavarse los pies unos a otros” en otras palabras consistirá en aceptar los límites, los defectos, las ofensas del hermano y al mismo tiempo que se reconocen los propios límites y las ofensas a los hermanos.

 

Sólo del reconocimiento del gran amor con el cual hemos sido amados podremos madurar nuevas actitudes de perdón y de servicio con todos los que nos rodean. Por lo tanto, dejémonos aferrar por el amor de Cristo para que nazca de nuestro corazón una caridad y una alabanza sincera. 

Jesús pide que lo imitemos para que a través de los servicios humildes de amor a los hermanos podamos transformar el mundo y ofrecerlo al Padre en unión con su ofrenda en la Cruz.

 

 

 

 

Fuente: “P. Fidel Oñoro, CEBIPAL publicación diaria de la Lectio Divina de Semana Santa”

 

Ivanna Cuello