A 40 años

miércoles, 3 de agosto de
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Una mujer muestra a alguien una foto en blanco y negro. Un niño y una niña juegan con la tierra de Punta de los llanos. Jóvenes, familias, cientos de personas de diversas procedencias del país y el continente se congregan en este lugar sagrado. La homilía visual es plural, popular y colectiva. El pan se parte, reparte y llega a cada grupito que, en torno a la Ermita, celebra la Palabra y recrea la Memoria.

No es sólo un nuevo aniversario del martirio de Enrique Angelelli, son cuarenta años de resurrección de una comunidad misionera. Es la victoria de una pastoral que debía ser silenciada por su increíble capacidad para desmantelar una religión legitimadora de la injustica y la sumisión, naturalizadas durante siglos como el orden social querido por Dios.

Weneceslao Pedernera (campesino y catequista), Carlos de Dios Murias, Gabriel Longeville (franciscanos) y Enrique Angelelli (cuidador del pueblo de una diócesis riojana) fueron testigos de la libertad de Dios, sin la cual no hay opción evangélica por la compasión y justicia. Y sobre todo, ellos tomaron partido por la construcción política de esa sociedad compasiva y justa; toma de partido sin la cual nadie tiene autoridad para hablar del Dios de Jesús.

Disfrutado el almuerzo, musiquea la Orquesta Comunitaria que lleva el nombre del Pelado y flamea la Wiphala mientras, a una sola voz, se canta, una y otra vez: “Ellos nos dieron algo que es imposible no recordar. Madre ya descubrimos que bella cosa es la libertad”. A las tres de la tarde, formamos una gran ronda en medio de la cual Susana levanta el cuadro de su padre, Wenceslao. Dos obreros acerca herramientas de trabajo, evocando el derecho del que hoy cada vez más se ven privados. Amigos de Enrique recuerdan alguna de sus palabras, estremecedoramente actuales, que denuncian la complicidad de gobiernos y empresarios generadores de la injusticia estructural.

Sobre el pavimento, en el lugar y la hora en que Angelelli derramó su sangre, elevamos una plegaria mirando a los cuatro puntos cardinales, como lo hacen nuestros pueblos originarios. Intentando aprender de ellos, recolectamos hacia el oeste los gritos que brotan, entrañables, del corazón de nuestra gente; de cara al sur, nos reconocemos hermanas y hermanos encontrándonos en una mirada; luego, girando hacia el este, abrazamos la tierra donde nuestros testigos sembraron las semillas de una comunidad alternativa; al fin, hacemos de la Gran Patria Latinoamericana todo nuestro norte, multiplicando abrazos creadores de una misma Memoria subyugante y liberadora.

Que al leer estas palabras, te llegue ese abrazo y con él, la fecundidad de esa tierra y el amor de estos hijos suyos, testigos para todas nosotras, para todos nosotros.

 

 


Franco Torres·miércoles, 3 de agosto de 2016
La Rioja, 31 de julio de 2016

 

Oleada Joven