Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?”.
Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre”.
El hombre le respondió: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud”.
Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”.
El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!”.
Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: “Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”. Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”.
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible”.
El relato quiere resaltar que Jesús es el dominador del poder del mal. Jesús como misionero, deja su tierra y va al extranjero. En su primer encuentro con paganos Jesús libera a este hombre de sus males. Es curioso el final de los espíritus inmundos que entran en los chanchos y tirándose de lo alto del acantilado terminan ahogándose. Y los campesinos que ven a Jesús como un profeta que hace cosas extrañas le piden que se vaya de su tierra, o sea que lo echan. Parece increíble, echan al mismo Hijo de Dios. Echar a Jesús es echar al salvador, a aquel que viene a liberarnos y a traernos la salvación de Dios. Hay quienes quieren a Jesús y quienes no lo quieren. Cada uno va haciendo su opción. Optar por Cristo es optar por la luz y la vida. Rechazar a Cristo es optar por la oscuridad y la muerte.
La Iglesia ha sido encargada de continuar este poder liberador de Jesús. Tiene que seguir la lucha contra todo mal. Para eso anuncia el Evangelio y celebra los sacramentos, que nos comunican la vida de Cristo. A veces esto lo tiene que hacer en terreno extraño. Y ahí van con valentía los misioneros dirigiéndose a los neopaganos del mundo de hoy. También van hacia los marginados, a los que Jesús no tenía ningún reparo en acercarse, para transmitirles la salvación de Dios. Después del encuentro con Jesús, el que fue endemoniado quedó sano, sentado, vestido y en su juicio. Jesús le dio la sanación.
Todos necesitamos ser liberados de los malos espíritus que pueden ser el orgullo, la sensualidad, la ambición, la envidia, el egoísmo, la violencia, la intolerancia, la avaricia, el miedo, etc. Cada uno se conoce a sí mismo. Y si tenemos algo de esto tenemos que acudir con confianza a Jesús. El quiere liberarnos de todo mal que nos aflige, si es que lo dejamos. ¿De veras queremos ser salvados? ¿decimos con sinceridad la petición del padrenuestro «líbranos del mal»? ¿o tal vez preferimos que Jesús pase de largo en nuestra vida? Dios nos hizo libres, tenemos libertad. ¿Nos resistimos o nos dejamos liberar de nuestros demonios?
Jesús viene a liberarnos del mal, acerquémonos con confianza, porque es nuestro amigo y confidente.
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