Algunos dicen que desde el comienzo de la historia, los días han sido consagrados más a la guerra que a la paz. Otros aseguran que la vida es una carrera constante de puestos, y de hostil indiferencia, una permanente provocación a la lucha, al riesgo y al sufrimiento.
Muchos dicen que la amistad y el amor son fracasos de la búsqueda de la fraternidad humana, que la comunicación queda bloqueada por los intereses egoístas, que las personas que debemos tomar como compañeros se convertirán en tiranos o esclavos.
Hay quienes piensan que la mirada del prójimo me roba el universo, que su presencia me congela la libertad, que su elección me traba y me complica la existencia.
Hay tantos que experimentan al amor como una infección mutua, como infiernos paralelos que se juntan por una pasión absurda.
Muchos que pretenden vivir las relaciones humanas a la defensiva, como en nidos de serpientes, en donde se fabrican los venenos más mortales de la especie.
Pero me niego a creer que hayamos olvidado en el cajón al corazón. Me revelo a aceptar cosas nimias y burdas como estas.
Confío en que a pesar de los estragos sociales y la violencia, a pesar de que existen personas abúlicas en la vida, hay quienes apuestan por construir un mundo más humano y pacífico.
Tengo la esperanza de seguir encontrando esos que apuestan al amor incondicional con todos sus riesgos, que donan su presencia, su abrazo y sus palabras para construir una sociedad más incorrupta, más íntegra y justa.
Tengo la certeza de toparme algún día con esos que levantan puentes de solidaridad, y no muros de inequidad.
Rezo a la espera de esos que no se importan tan sólo de sus vidas, más bien, velan por la de otros, aman y gritan con esperanza en los ojos.