“La libertad es condición necesaria para amar.”
¿Acaso se puede amar de otro modo? ¿Hay algún acto que implique mayor libertad que el elegir arrodillarse?
Cuando digo ‘arrodillarse’ no es abajarse, humillarse, arrastrarse sino en total libertad (porque conoce uno su propio valor) saber darse de lleno. Es un acto que muestra la ausencia total de la búsqueda de poder y seguridad, la entrega de la propia vulnerabilidad, el descentramiento total de permanecer mirando a otro.
Solo quien se sabe amado es capaz de arrodillarse ante otro para amarlo sin por eso dudar ni por un segundo de su valor, del don de su propia existencia.
Me gusta la imagen porque arrodillarse no es común en nuestros días, amar de verdad tampoco. Arrodillarse no es algo cómodo, amar de lleno tampoco.
Y aunque ya en el arrodillarse hay un inmenso acto de amor y descentramiento, el desafío reside en permanecer arrodillado, amando lo que es, esperando paciente, mirando tiernamente en el otro la posibilidad de ser, de florecer, de crecer en libertad.
Somos en gran medida lo que nos han enseñado y lo que a lo largo de la vida de diversos modos hemos aprendido. Por eso, sostengo que solo comprende esta lógica del despojo del propio interés y querer y libremente abraza la entrega total y gratuita quien ya ha experimentado el saberse hondamente amado.
El amor dado es siempre respuesta agradecida al amor recibido. Hubo quien un día nos amó en libertad por primera vez e intuimos que había algo en ese modo diferente a lo de antes. Amándonos se nos sanó. Esa mirada llena de libertad nos dejó vislumbrar que dentro nuestro había una posibilidad, que nosotros también podíamos aprender a amar. Así comienza toda historia, en el aceptar el dejarse amar y luego humildemente intentar imitar.