Ayuno de huidas,
me niego a dejarme
aturdir por mil ruidos.
Elijo hacer silencio y oír.
Ayuno de mi mirada nociva
que me daña y me castiga.
Elijo mirarme como Tú me miras,
con tu mirada compasiva
que me sana a la vez que me cobija.
Ayuno del miedo
que me paraliza.
Elijo confiar y caminar
hacia donde Tú,
Dios de los abrazos,
me llamas y me esperas.
Ayuno de correr con la mente
hacia el mañana
como si este hoy
no me bastara
y elijo estar presente,
disfrutar los gestos,
abrazar los momentos
en los que Tú,
Dios escondido,
te me regalas y
te me revelas
sin que pueda yo atraparte
sino más bien
ante tanto don haces que
solo pueda conmoverme
y agradecerte
Ayuno, Señor, de lo que me aleja
y elijo estar atenta,
no vaya a ser
que una vez más,
teniéndote al frente
no sepa reconocerte.
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