Caminar hacia nuestra Pascua

jueves, 3 de marzo de

 

Ayer comenzó una vez más el camino que invita a hacer silencio, la Cuaresma, los cuarenta días previos a la Pascua. Paradójicamente, a mí me aturdieron mil ruidos interiores, me acecharon unos cuantos fantasmas y varios miedos parecían dueños del porvenir. Pero por gracia, no lo son.

Para este tiempo hay muchos signos (ayuno, penitencia y limosna) que valen solo en cuanto nos acerquen a vivir en mayor profundidad el Misterio de un amor que nos resucitará por dentro. Pero primero hay que morir. Y no es fácil morir al instinto, ni al egoísmo. Adentrarse en el desierto es saber que vendrá la lucha y de entrada entender que solos no podremos porque es demasiada tentación para tanta debilidad. Gracias a Dios con Él sí podemos dar batalla al mal que habita dentro. El mal nos grita dentro mil mentiras para alejarnos de nuestro mayor bien, la voluntad del Padre y aunque las oímos no nos dejamos arrastrar por ellas. Con Dios, sostenidos por él, podemos caminar cada día con la certeza de ir abriéndonos camino hacia un Encuentro más pleno, haciendo espacio para que vuelva a florecernos dentro la Vida en donde antes y también en donde nunca antes lo creímos posible, para acercarnos más y por tanto contacto asemejarnos en mayor medida al Amor entregado, crucificado y resucitado.

Caminar hacia la Pascua es reconocer que dentro hay mucho aún por ser cambiado, transformado, amado y que en este transitar se nos podará lo seco, para que allí donde estemos demos frutos de alegría, esperanza y paz. Despojarnos de lo vano para reconocer que solo de la Raíz vivimos. Ojalá que en esta Pascua se nos resuciten los ojos y seamos capaces de mirar con los ojos de Jesús: mirarnos con profundo amor y ternura a nosotros mismos y a cada hermano con el que nos cruzamos en este andar. Al fin y al cabo, no habrá otra resurrección que la del propio corazón que hoy es de piedra y del que en este tiempo hacemos entrega para mañana ser Pascua: un corazón de carne que se conmueve y ama.