La realidad refleja que este tiempo parecería ser hostil, propicio al odio, donde prevalecen ojos rengos, córneas torturadas, pupilas implacables que velan, desconfían y amenazan. Un tiempo en donde los ojos se tientan a esquivar los muros manchados de hambre, a vaciarse de ternura y llenarse de hastío e indiferencia. De esta manera el espíritu se seca, el corazón se vuelve piedra.
Podemos ser autores de la realidad introduciendo la compasión, que es una cuestión humana. No sólo cristiana. Al cristiano le compete más la compasión, porque a la persona (Jesús) que intenta reflejar la realidad no le era ajena.
Para Cristo, “el otro”, era su objetivo, su gran motivo. El prójimo era su hermano, un lugar sagrado. En él, Dios debía ser conocido y amado.
Pensemos de qué manera podemos ser esperanza en este tiempo. De qué forma podemos traer la luz, la alegría y el amor.