Cuando las cosas no van tan bien, seguimos en los brazos del Padre

lunes, 28 de octubre de
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A veces las cosas no salen bien. Es posible, y común, tener un día, o también muchos, en que nada parece resultar según nuestras expectativas. Existen ocasiones en las que, a pesar de nuestros esfuerzos, lo que hacemos, simplemente, no funciona. Se trata de momentos en que las cosas no van tan bien, no van como nosotros deseamos, y a pesar de ser situaciones que no alcanzan un alto grado de gravedad, y que seguramente olvidaremos con el transcurso de unos pocos días, pueden, cuando suceden, llegar a entristecernos y desanimarnos.

Fue en una de esas situaciones cuando, en medio de lamentaciones y reproches, terminé por alcanzar la paz. De repente recordé que seguía entre los brazos del Señor. Me di cuenta de que el Padre bueno no había soltado a su hija, que la seguía sosteniendo. No le importaba aquello que yo consideraba, con una mirada pesimista y de forma errónea y exagerada, un “fracaso”. Comprendí que en aquellas circunstancias el Padre no se hallaba ausente, no había huido, estaba ahí; continuaba amándome, como siempre, como cuando todo salía como yo esperaba. En aquellas pequeñas caídas, nadie mejor que Dios, entendí, para ayudarnos a levantarnos.

Entonces también me alcanzó un sentimiento de alegría. Alegría fruto del entenderme amada; amada a pesar de las circunstancias. Me sentí contenta al comprender que el Señor no nos abandona, que se queda a nuestro lado, capaz de darnos el consuelo que necesitamos. Me encontré tranquila, y también maravillada, al ver que el Padre misericordioso no cambia su amor, que se mantiene constante en los tiempos buenos y malos.

Por eso, cuando sientas que estás lleno de complicaciones; cuando creas que las cosas van mal; cuando pienses que nada funciona; aun cuando te decepciones de vos mismo, recordá que permanecés en los brazos del Padre. Recordá que el Señor está ahí para levantarte; que Él no se decepciona, que te ama a pesar de todo. Recordá que, como dijo Santa Teresa de Ávila, “Dios no se muda”, está siempre ahí, para alzarte, para abrazarte, y para darte fuerzas para volver a empezar.