Hay momentos en los cuales nos toca decidir, y son horas que pasamos envueltos en dudas y cobardías.
Resulta a veces, que muchas de las decisiones que nos competen a nosotros mismos, las esquivamos, o bien, las postergamos.
Es necesario ante una situación de elección, abrir bien los ojos, tomar calma y discernir de la mano de la razón y del corazón. Toda decisión nos implica, nos abraza como los únicos protagonistas.
Muchas veces, los cristianos nos olvidamos que tenemos ese plus que es la gracia del Espíritu de Dios que nos puede iluminar y ayudar con más seguridad a decidir.
En mi caso, cuando tenía que decidir por entrar al seminario y dejar la universidad, se desató una crisis tan profunda que me angustiaba todo el tiempo. Una decisión pasada por la oración y la gracia me dieron alas para descubrir y tomar las riendas de mi libertad. Responder al llamado de Dios, a su invitación, me trajo la paz que había perdido. La felicidad y la plenitud no tardaron en llegar con aquel Sí.
Decidir, a veces, es simplemente descubrir que nuestra vocación se encuentra en donde volcamos por entero el corazón.
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